El ciberacoso (en inglés, cyberbullying) se define como agresiones reiteradas e intencionales mediadas por tecnologías de información y comunicación (TIC). Suelen tomar la forma de burlas, amenazas, insultos, humillaciones, extorsiones y hostigamientos (Herrera-López et al., 2018; Jenaro et al., 2018). En ocasiones es una adaptación o extensión del acoso tradicional. A veces surge directamente de la interacción digital. Hay tres tipos de roles en el ciberacoso: agresores, víctimas y, cuando ocurre en redes sociales, sitios web o grupos de chat, espectadores. Estos roles no son cerrados y a veces pueden combinarse o intercambiarse.
Este fenómeno reciente no existía hasta los primeros años del siglo XXI. A partir de la rápida masificación de las TIC y de su uso intensivo en la mayoría de jóvenes, distintas investigaciones alertan sobre la necesidad de abordar esta problemática creciente. En esta línea, numerosos organismos reconocen que el ciberacoso se ha convertido en un problema relevante, no sólo en instituciones educativas de nivel medio, sino también universitarias. Ante la falta de intervenciones, muchos1 adolescentes que perpetran ciberagresiones durante la escuela continúan haciéndolo en su período universitario (Balakrishnan, 2018; Redondo et al., 2017).
La mayoría de estudios sobre ciberacoso se han centrado en adolescentes (12-17 años). Entre 2013 y 2019 fueron publicadas 26 revisiones en revistas científicas indexadas en Scopus o SciELO sobre artículos de ciberacoso en adolescentes. Cada una aborda distintos subtemas: factores de riesgo y factores protectores (González, 2016; Marín-Cortés et al., 2019), variables familiares (López-Castro & Priegue, 2019), programas de prevención e intervención (Gaffney et al., 2019), ansiedad social (Ruiz-Martín et al., 2019), empatía (Zych et al., 2018), factores moderadores del comportamiento en espectadores (Domínguez-Hernández et al., 2018), intervención con adolescentes y padres (Hutson at al., 2017), influencia parental (Elsaesser et al., 2017), cibervictimización de población LGBTQ (Abreu & Kenny, 2017), programas de prevención escolar (Tanrikulu, 2017), prevalencia y evaluación (Brochado et al., 2017; Selkie at al., 2015; Zych et al. 2016), estrategias de afrontamiento (Raskauskas & Huynh, 2015), salud mental (Borges et al., 2015), autolesiones y comportamientos suicidas (John et al., 2018). Además de analizar este fenómeno en adolescentes, se han realizado otras revisiones sobre ciberacoso sobre coocurrencia entre bullying y cyberbullying (Cantone et al., 2015; Herrera-López at al., 2018; Jadambaa et al., 2019; Zych et al., 2015; Zych et al., 2019), percepciones de docentes (Macaulay et al., 2018), validación de instrumentos evaluativos (Berne et al., 2013; Frisén et al., 2013) y softwares para la detección automática de ciberacoso (Rosa et al., 2019).
En lo que respecta al contexto latinoamericano, Herrera-López et al. (2018) realizaron un estudio bibliométrico en el que encontraron 19 investigaciones sobre ciberacoso entre 2011 y 2016. Todas se focalizan en la población adolescente. En América Latina, los tres artículos que se centran en jóvenes adultos abordan el rol de espectadores (Sarmiento et al., 2019), el ciberacoso entre parejas (Peña & Rojas-Solís, 2018) y el impacto psicológico de cibervíctimas y ciberagresores (Redondo et al., 2017).
Dado que el sujeto histórico del ciberacoso son los adolescentes, las revisiones sobre jóvenes adultos resultan escasas. En la búsqueda hemos encontrado solo un artículo de revisión centrado en adultos (Jenaro et al., 2018). Los temas que abordan las investigaciones de su muestra son: experiencias de ciberacosadores y espectadores, prevalencia de los diferentes roles involucrados, factores de riesgo e impacto psicosocial de las personas implicadas. Encontraron que la mayor parte de estudios se realizaron con estudiantes universitarios. Las investigaciones que relevan se centran en el uso de la tecnología, los comportamientos de riesgo y los procesos psicológicos involucrados, pero no consideran el impacto psicosocial. Este último es un tema común en estudios adolescentes. A diferencia de Jenaro et al. (2018), quienes analizan artículos entre 2004 y 2016, un aporte de nuestra revisión es centrarnos en el período posterior (2017-2019).
El ciberacoso en jóvenes adultos resulta relevante como fenómeno de investigación principalmente porque preocupa a autoridades, docentes y estudiantes universitarios (Rowan-Kenyon et al., 2016). Según el relevamiento de Walker et al. (2011), más de la mitad de los estudiantes universitarios conocían al menos un caso de ciberacoso. De una muestra de 639 estudiantes universitarios, Redondo et al. (2017) encontraron que el 27% fue agredido o ha sido acosador.
La acción humana sólo puede comprenderse de manera completa si incluimos la afectividad. Por esta razón, el estudio del ciberacoso debe contemplar lo que sienten los involucrados. De otro modo, se corre el riesgo de recaer en explicaciones racionalistas. Las emociones pueden entenderse como predisposiciones del comportamiento con componentes fisiológicos, conductuales, experienciales y cognitivos (Bericat Alastuey, 2012). Éstas poseen una dimensión biológica y cultural (Turner & Stets, 2006), pues son connaturales a la especie humana, aunque los eventos que las motivan y los hechos a los que se encuentran asociadas, dependen de contextos sociohistóricos específicos. Por esta relación entre instinto y cultura, las emociones no son emergencias irracionales sino respuestas personales y sociales, en las que subyace una lógica sociohistórica que le indica al sujeto cómo gestionarlas (Hochschild, 2003; Le Breton, 2009).
En este marco, nuestra pregunta de investigación es qué relaciones existen entre las emociones y el ciberacoso en jóvenes adultos. Por esto, nuestro objetivo es indagar, describir y analizar dichas relaciones reportadas en artículos de investigación científica publicados entre 2017 y 2019. En efecto, el presente trabajo constituye la primera revisión de alcance en castellano sobre esta problemática.
Método
Este artículo se centra en las investigaciones publicadas sobre emociones asociadas al ciberacoso en jóvenes adultos2. La Organización Mundial de la Salud (OMS, 2017) define a los jóvenes como quienes tienen entre 13 y 32 años: los jóvenes adolescentes son quienes se ubican en el segmento 13 a 17 años, y los jóvenes adultos dentro del segmento 18 a 32 años. La mayoría de las investigaciones relevadas se enfocan en este último segmento etario y su promedio es 23 años.
Se realizó una revisión de alcance (scoping review) que consiste en visibilizar cómo se encuentra delimitado un campo de estudio (Armstrong et al., 2011). Para esta revisión se siguió el protocolo de Arksey y O'Malley (2005), quienes proponen un marco metodológico para las revisiones de alcance en cinco momentos: 1) identificar una pregunta de investigación; 2) identificar los estudios relevantes; 3) seleccionar los estudios; 4) organizar los datos en una tabla (charting data); y 5) cotejar, resumir y reportar los resultados.
Identificación de los estudios relevantes
Se consideraron cuatro criterios de inclusión para construir la muestra de artículos. El primero fue centrarse en artículos empíricos publicados en revistas científicas entre 2017 y 2019. El segundo fue que los artículos estuviesen escritos en español o inglés y hayan sido publicados en revistas indexadas en las principales bases de datos globales o regionales: Scopus, PsyArticles, ScienceDirect, Web of Science, Taylor & Francis, Springer, Wiley Online Library, SciELO y Redalyc. No se incluyó a Latindex ni a Scimago porque sólo compilan revistas, no artículos. Se excluyó otro tipo de publicaciones como artículos teóricos, diseños experimentales y de instrumentos. El tercer criterio consistió en que los artículos refirieran al ciberacoso y a las emociones en su título, resumen o palabras clave. El cuarto fue que las muestras de las investigaciones estuvieran conformadas principalmente por jóvenes adultos en los roles de víctimas, agresores o espectadores.
Los términos de búsqueda y los operadores booleanos fueron elegidos en inglés debido a que éstos se encuentran en los artículos escritos en todos los idiomas: “emotions” AND (“cyberbullying” OR “cyber-bullying” OR “cyber bullying” OR “cyber harassment” OR “online harassment” OR “cyber stalking”) AND (“adults” OR “university students” OR “college students” OR “young” OR “youth”). Las citaciones en Web of Science fueron obtenidas usando la casilla topic, y en las demás bases de datos en title/abstract/keywords. La revisión bibliográfica se realizó entre mayo y noviembre de 2019 e incluye publicaciones desde enero de 2017 hasta noviembre de 2019.
Selección de los estudios
Los resultados encontrados en cada base de datos fueron: 336 citaciones en Scopus, 177 en ScienceDirect, 30 en PsyArticles, 15 en SciELO, 53 en Redalyc, 233 en Taylor & Francis, 10 en Springer, 14 en Wiley Online Library y 868 en Web of Science. En total, 1729 citaciones. Los resúmenes se exportaron a la plataforma web Mendeley, donde se eliminaron duplicados, obteniendo 924 citaciones. Luego, se aplicó los criterios de inclusión/exclusión a los títulos, resúmenes y palabras clave, cuyo resultado arrojó 44 artículos, recuperados como texto completo. A estos se les aplicó nuevamente los criterios de inclusión/exclusión, con un resultado final de 32 artículos (Figura 1).
Los artículos fueron analizados a partir de los siguientes cuatro aspectos: 1) país en el que se realizó el estudio, 2) características de la muestra, 3) instrumentos utilizados y 4) emociones identificadas en víctimas, agresores y espectadores. Al comparar las metodologías para medir el ciberacoso y las emociones, identificó tendencias sobre
los instrumentos utilizados, los roles, géneros y zonas geográficas más investigadas. En los hallazgos se rastreó las emociones asociadas al ciberacoso, las explicaciones teóricas, las consecuencias psicológicas y emocionales, las estrategias de afrontamiento y los factores protectores.
Resultados
Organización de los datos
La Tabla 1 sintetiza la información de cada artículo que compone la muestra.
Tabla 1
Estudios sobre emociones y ciberacoso en jóvenes (N=32)
Estudio | País | Muestra | Instrumentos | Víctimas | Agresores | Espectadores |
---|---|---|---|---|---|---|
Alipan et al. (2018) | Australia | N = 39 | Grupos focales. | Angustia | NI | NI |
18-25 años | ||||||
M(edad) = 21 | ||||||
25 mujeres | ||||||
Balakrishnan (2018) | Malasia | N = 1158 | Cuestionario sobre datos sociodemográficos. | Ira | Remordimiento | Ira |
18-35 años | Escala de autoestima (Rosenberg, 1965). | Tristeza | Piedad | |||
M(edad) = 21 | Cuestionario de empatía de Toronto (Spreng et al., 2009). | |||||
63% mujeres | Preguntas sobre participación en ciberacoso. | |||||
Balakrishnan & Fernández (2018) | Malasia | N = 1263 | Cuestionario sobre datos demográficos y frecuencia de uso de internet. | Ira | NI | Ira |
18-35 años | Preguntas sobre su participación en ciberacoso. | Tristeza | ||||
M(edad) = 21 | Piedad | |||||
63% mujeres | ||||||
Begotti & Acquadro (2019) | Italia | N = 220 | Escala de ciberasedio (Reyns et al., 2014). | Tristeza | NI | NI |
18-27 años | ||||||
M(edad) = 23 | ||||||
49% mujeres | ||||||
Camacho et al. (2018) | Canadá y Estados Unidos | N= 115 | Preguntas abiertas sobre detalles del episodio de ciberacoso. | Ansiedad | NI | NI |
18-30 años | Cuestionario sobre la percepción de la severidad del ciberacoso, ansiedad, Percepción de inutilidad, confirmación y satisfacción. | |||||
M(edad)=NI | ||||||
% mujeres = NI | ||||||
Castelli & Valles (2018) | México | N = 124 | Entrevistas semiestructuradas. | Miedo | NI | NI |
17-19 años | Tristeza | |||||
M(edad) = NI | Humillación | |||||
% mujeres = NI | Depresión3 | |||||
Cénat et al. (2019) | Francia | N = 4626 | Cuestionario de variables sociodemográficas. | Angustia | NI | NI |
15-23 años | Cuestionario sobre cibervictimización (Litwiller & Brausch, 2013). | |||||
M(edad) = 20 | Escala Likert sobre angustia psicológica asociada a cibervictimización. | |||||
% mujeres = NI | Preguntas sobre ideación suicida. | |||||
Escala Likert sobre abuso emocional por parte de los padres. | ||||||
Charmamaran et al. (2018) | Estados Unidos | N = 1872 | Cuestionario demográfico. | Miedo | NI | NI |
18-25 años | Cuestionario sobre características de uso de Facebook y redes sociales (ad hoc). | (FOMO)4 | ||||
M(edad) = 20 | Cuestionario sobre conexión e interacción con comunidades en línea (ad hoc). | |||||
80% mujeres | Protocolo de entrevista. | |||||
Cripps & Stermac (2018) | Canadá | N = 80 | Cuestionario sobre tipos de ciberviolencia sexual. | Ansiedad | NI | NI |
18-35 años | ||||||
M(edad) = 21 | ||||||
100% mujeres | ||||||
Erişti & Akbulut (2019) | Turquía | N = 576 | Cuestionario sobre reacciones comportamentales y emocionales. | Miedo | NI | NI |
Rango edad = NI | Angustia | |||||
M(edad) = NI | Ansiedad | |||||
% mujeres = NI | Vergüenza | |||||
Culpa | ||||||
Ira | ||||||
High & Young (2018) | Estados Unidos | N = 304 | Preguntas sobre suficiencia de apoyo. | Emociones positivas relacionadas con el apoyo | NI | NI |
18-25 años | Escala sobre homofilia (Richmond & Daly, 1975). | de los espectadores | ||||
M(edad) = 20 | Escala Likert sobre mensajes de apoyo. | |||||
81% mujeres | Escala sobre severidad y tiempo de aparición del ciberacoso. | |||||
Johnson & Blackshire (2019) | Estados Unidos | N = 170 | Encuesta adaptada de ciberacoso (Williard, 2006). | Inseguridad | NI | NI |
18-25 años | Frustración | |||||
M(edad) = NI | Tristeza | |||||
77% mujeres | Ira | |||||
Decepción | ||||||
Kazerooni et al. (2018) | Estados Unidos | N = 156 | Dos escalas combinadas sobre daño percibido: el grado del daño (Brody & Vangelisti, 2016) y la severidad del ciberacoso (Obermaier et al., 2014). | NI | NI | Sentimiento de responsabilidad personal (Feeling of personal responsability) |
18-33 años | Preguntas para evaluar el ciberacoso. | |||||
M(edad) = 21 | Escala Likert sobre el sentimiento de responsabilidad de intervenir cuando se presenta ciberacoso, adaptada por Obermaier et al. (2014). | |||||
65% mujeres | Escala de ansiedad social (La Greca & López, 1998). | |||||
Escala de empatía (Olweus & Endresen, 2001). | ||||||
Kirkaburum & Betül (2017) | Turquía | N=353 | Escala de ciberacoso (Uçanok et al., 2011). | NI | Ira | NI |
Rango edad = NI | Inventario de los 5-grandes (Rammstedt & John, 2007). | |||||
M(edad) = NI | Escala compuesta de la mañana (Smith et al., 1989). | |||||
54% mujeres | Escala de calidad del sueño (Wittenboer, 2004). | |||||
Kokkinos & Antoniadou (2019) | Grecia | N = 175 | Escala de características sociodemográficas y uso de internet. | Tristeza | Ansiedad | NI |
18-37 años | Cuestionario de experiencias de ciberacoso y victimización (Antoniadou et al., 2016). | |||||
M(edad) = 20 | Inventario de cinco factores (Costa & McCrae, 1992; Panayiotou et al., 2004). | |||||
92 mujeres | Escala de soledad de la UCLA (Russell, 1996). | |||||
Inventario breve de síntomas (Derogatis, 1975; Loutsiou-Ladd et al., 2008). | ||||||
Escala de comportamientos y actitudes de internet (Antoniadou & Kokkinos, 2013; Morahan-Martin & Schumacher, 2003) | ||||||
Escala de uso problemático de internet (Caplan, 2010). | ||||||
Estilo de apego de las tres descripciones prototípicas (Hazan & Shaver, 1987). | ||||||
Lai et al. (2017) | República Checa | N = 712 | Cuestionario sobre datos sociodemográficos y ciberacoso. | Paranoia | NI | NI |
19-24 años | Depresión | |||||
M(edad) = 21 | ||||||
56% mujeres | ||||||
Lucio et al. (2018) | México | N = 541 | Cuestionario sobre ciberacoso. | Disgusto | NI | NI |
18-26 años | ||||||
M(edad) = NI | ||||||
54,4% mujeres | ||||||
Martínez-Monteagudo et al. (2018) | España | N = 1328 | Cuestionario del Proyecto europeo de intervención sobre ciberacoso (Del Rey et al., 2015). | Baja inteligencia emocional | Falta de | NI |
18-46 años | Escala de ambiente familiar (Moos & Tricket, 1987, adaptada por Fernández-Ballesteros y Sierra (1989). | empatía afectiva | ||||
M(edad) = 22 | Escala de rasgos de meta ánimo (Fernández-Berrocal et al., 2004). | |||||
54% mujeres | ||||||
McConell et al. (2017) | Estados Unidos | N =175 | Cuestionario sobre Facebook desarrollado por Smock et al. (2011). | Angustia | NI | NI |
19-28 años | Escala de integración de uso de redes sociales (Jenkins-Guarnieri et al., 2013). | |||||
M(edad)= 24 | Inventario de exterioridad (Mohr & Fassinger, 2000, adaptado por Legate et al., (2012). | |||||
% mujeres = NI | Escala multidimensional de apoyo social percibido (Zimet et al., 1990). | |||||
Cuestionario de comportamiento de apoyo social (Carpenter, 2012). | ||||||
Escala de victimización LGTB durante 6 meses previos a ciberacoso, basada en D'Augelli et al. (1998). | ||||||
Cuestionario de ciberacoso basado en Ybarra y Mitchell (2004). | ||||||
Cuestionario breve de síntomas de angustia (Derogatis, 2000). | ||||||
McCreery & Krach (2018) | Estados Unidos | N =118 | Cuestionario de datos demográficos. | NI | Ira | NI |
Rango edad = NI | Escalas de personalidad (Goldberg, 1999). | |||||
M(edad) = 25 | Escala Likert de fantasías agresivas (Dahlberg et al., 2005; Nadel et al., 1996; Rosenfeld et al., 1982). | |||||
49 mujeres | Escala Likert de agresión proactiva-reactiva (Dodge & Coie 1987). | |||||
Musharraf & Anis-ul-Haque, (2018) | Pakistán | N = 508 | Cuestionario sobre información sociodemográfica, ciberacoso y cibervictimización, depresión, ansiedad y estrés. | Ansiedad | Ira | NI |
18-25 años | Ira | Frustración | ||||
M(edad) = 21 | Depresión | |||||
68% mujeres | ||||||
Nicolai et al. (2018) | Estados Unidos | N = 137 | Cuestionario socio-demográfico. | Ansiedad | NI | NI |
18-30 años | Escala de ansiedad, depresión y estrés (Lovibond & Lovibond, 1995). | Depresión | ||||
M(edad)= NI | ||||||
% mujeres: NI | ||||||
Pashang et al. (2018) | Canadá | N = 25 | Grupos focales. | Ansiedad | NI | NI |
19-29 años | Vergüenza | |||||
M(edad) = NI | Inseguridad | |||||
% mujeres = NI | ||||||
Peled (2019) | Israel | N = 638 | Encuesta de ciberacoso (Kowalski & Limber, 2007). | Ansiedad | NI | NI |
Rango edad: NI | Escalas de ajuste universitario (Anton & Reed, 1991). | Depresión | ||||
M(edad)= NI | ||||||
% mujeres: NI | ||||||
Pfetsch (2017) | Alemania | N = 72 | Escala Likert de cibervictimización y ciberacoso. | Empatía | Empatía | Empatía |
18-40 años | Escala Likert de victimización y acoso presencial. | afectiva | afectiva | afectiva | ||
M(edad) = 24 | Índice de reactividad interpersonal (Davis, 1980). | |||||
53% mujeres | Escala Likert de precisión empática y congruencia emocional (Richter & Kunzmann, 2011). | |||||
Polo del Río et al. (2019) | España | N=1200 | Cuestionario sociodemográfico. | NI | Ansiedad | NI |
18-32 años | Escala de victimización a través del teléfono móvil (Buelga et al., 2010). | Ira | ||||
M(edad) = 21 | Escala de agresión a través de teléfono móvil (Buelga & Pons, 2012). | |||||
58% mujeres | Cuestionario de experiencias relacionadas con telefonía celular (Beranuy et al., 2009). | |||||
Sobba et al. (2019) | Estados Unidos | N = 250 | Escala Likert sobre severidad percibida del ciberacoso. | Ansiedad | NI | NI |
18-68 años | Escala Likert de victimización previa. | Paranoia | ||||
M(edad) = NI | Escala Likert de espectador de ciberacoso. | |||||
43% mujeres | ||||||
Sobba et al. (2017) | Estados Unidos | N = 250 | Cuestionario de información demográfica, comportamientos y opiniones de los estudiantes sobre ciberacoso, experiencias personales como ofensores o víctimas y características como espectadores, adaptado de Li (2010). | NI | NI | Miedo |
18-68 años | Escala aditiva para medir la seriedad del ciberacoso. | |||||
M(edad)= 25 | Cuestionario sobre reacciones ante incidentes de ciberacoso. | |||||
43% mujeres | ||||||
Varghese & Pistole (2017) | Estados Unidos | N = 338 | Escala de autoestima (Rosemberg, 1965). | Ansiedad | Ansiedad | NI |
18-26 años | Escala de depresión del centro de estudios epidemológicos (Redloff, 1977). | Depresión | Depresión | |||
M(edad) = 20 | Escala de soledad de la UCLA (Rusell, 1996). | |||||
52% mujeres | Cuestionario sobre estructuras relacionales. | |||||
Instrumento de ciberacoso y agresión online (Hinduja & Patchin, 2009). | ||||||
Wang et al. (2019) | China | N = 476 | Escala de ciberacoso (Wright, 2014). | Ansiedad | NI | NI |
Rango edad = NI | Escala de autoclasificación de depresión (Zung, 1965). | Depresión | ||||
M(edad) = 21 | Subescala de ansiedad social de la escala de auto-consciencia (Fenigstein et al., 1975) revisada por Scheier y Carver (1985). | Pánico | ||||
147 mujeres | Inventario de los cinco factores (Costa & McCrae, 1992). | |||||
Wang et al. (2017) | China | N = 475 | Subescala de ira como rasgo del inventario de expresión de la ira como rasgo y estado (Spielberger, 1999). | NI | Ira | NI |
17-25 años | Escala de ciberacoso (Wright & Li, 2013; Wright et al., 2015). | |||||
M(edad) = 21 | Escala de desconexión moral cívica (Caprara et al., 2009). | |||||
302 mujeres | Escala de identidad moral (Aquino & Reed, 2002). | |||||
Yadav & Yadav (2018) | India | N = 490 | Escala de bienestar espiritual (Ellison, 1983). | Ansiedad | Ansiedad | NI |
Rango edad = NI | Escala de inteligencia emocional (Schutte et al., 1998). | Frustración | Frustración | |||
M(edad)= NI | Escala de ciberacoso (Patchin & Hinduja, 2010). | |||||
39% mujeres |
Resumen y reporte de los resultados
Las revisiones sistemáticas relevadas sobre ciberacoso con adolescentes abarcan entre 10 y 58 investigaciones. En el caso de nuestra revisión centrada en jóvenes adultos analizamos 32 documentos. En cuanto al número de participantes, el mínimo fue 25 y el máximo 4.626. En total participaron 14.074 jóvenes. En lo que respecta al género, el porcentaje de mujeres en las investigaciones se ubica entre 39% y 100%.
La mayoría de los estudios poseen un diseño metodológico cuantitativo y son descriptivos y correlacionales. Los instrumentos utilizados para generar datos cuantitativos fueron escalas (51), cuestionarios (38), inventarios (6), grupos focales (2), preguntas abiertas o cerradas (7) y entrevistas (2). Sólo una minoría utilizó técnicas cualitativas como entrevistas individuales o grupales, las cuales permiten indagar más en la comprensión de la experiencia y los sentidos dados por los actores.
En cuanto al rol, se encontraron estudios con víctimas (24), agresores (10) y espectadores (5). La gran mayoría se centra en las víctimas. Respecto al género, sólo 18 especifican el porcentaje de mujeres involucradas. De estas, el promedio es 65% de mujeres. Desde el rol de espectadores, no se encuentran diferencias significativas por género. Si bien las mujeres en su mayor parte ocupan el rol de víctimas, también desempeñan el rol de agresoras, aunque en menor medida que los varones.
Los países en los que se realizaron las investigaciones fueron en Estados Unidos (11), España (3), Canadá (3), Malasia (2), México (2), Turquía (2), China (2) y un sólo artículo de Italia, República Checa, Israel, India, Pakistán, Australia, Francia, Grecia y Alemania. Estos datos muestran que Estados Unidos es el principal país en el que se realizan investigaciones sobre ciberacoso en jóvenes adultos, mientras que en Latinoamérica casi no existen relevamientos.
Las zonas geográficas en las que más investigaciones se han realizado son América (16), Europa (10), Asia (9) y Oceanía (1). Esto significa que aún resulta necesario indagar sobre el ciberacoso en poblaciones y contextos más diversos, así como desde los distintos actores involucrados.
Según las investigaciones relevadas, el ciberacoso produce miedo, preocupación, frustración, irritabilidad, tristeza, ira, decepción, desesperanza y vergüenza. La tristeza es un factor de riesgo para el ciberacoso, dado que quienes se sienten tristes y buscan apoyo en internet resultan más vulnerables (Kokkinos & Antoniadou, 2019). Luego del ciberacoso, los jóvenes experimentan desconfianza ante los demás, lo que genera un impacto negativo en sus relaciones de amistad. De hecho, muchas víctimas se aíslan. La vergüenza se intensifica cuando adquieren consciencia de que los contenidos llegan a numerosas personas, generando una memoria pública de humillación que estigmatiza a la víctima frente a una audiencia conformada por conocidos y desconocidos. Esto se acrecienta porque las redes se encuentran diseñadas para que los contenidos sean vistos por el mayor número posible de personas.
Del total de la muestra, sólo seis artículos abordan las emociones en agresores. La ansiedad y la ira son sus emociones más comunes. Algunos se sienten ansiosos ante interacciones que perciben como estresantes, y al no contar con suficientes recursos sociales, responden con comportamientos agresivos en entornos digitales. Además, los pensamientos obsesivos basados en la ira se relacionan con agresiones proactivas y reactivas tanto a través de escenarios presenciales como de internet. Los agresores suelen tener bajos niveles de inteligencia emocional, en particular respecto a la comprensión de sus emociones. Su baja empatía afectiva se evidencia en que tienden a no sentir remordimiento.
Respecto a los espectadores, si bien sólo cinco investigaciones los incluyen en su análisis, resulta común que sientan miedo, tristeza, piedad, empatía e ira. Estas emociones se intensifican cuando conocen personalmente a víctimas y agresores, lo que es relativamente habitual en redes sociales. Una parte de espectadores suele sentirse corresponsable y desea ayudar a las víctimas, intentando detener el ciberacoso o al menos no compartiendo contenidos. Sin embargo, la mayoría no interviene, más cuando no los afecta directamente, y teme denunciar las ciberagresiones por riesgo a convertirse en la próxima víctima.
Las reacciones emocionales dependen de la internalización del ciberacoso. Si es internalizado (autoresponsabilizarse), las víctimas sienten miedo, culpa, angustia y pánico. Si se externaliza (responsabilizar a otro), sienten ira y deseo de venganza. Estas reacciones también dependen del nivel de neuroticismo (rasgo de la personalidad que determina la inestabilidad emocional). Para quienes presentan bajos niveles bajos, el ciberacoso tiende a producir depresión, dado que suelen ser más conscientes de sus efectos negativos, en comparación con quienes presentan niveles altos de neuroticismo.
El ciberacoso se relaciona con trastornos psicológicos, emocionales y psicosomáticos, que pueden conllevar afectaciones más graves como traumas e ideaciones suicidas (Erişti & Akbulut, 2019). Estos trastornos se intensifican en situaciones de ciberasedio. Entre las emociones más disruptivas, la angustia se vincula a estados de paranoia, depresión, baja autoestima e ideaciones suicidas. De acuerdo con la psicología clásica, la angustia suele magnificarse en víctimas con apego materno ansioso (Varghese & Pistole, 2017). A su vez, estos individuos suelen experimentar los ambientes universitarios como menos afectivos, poseen escasas habilidades sociales y no obtendrían el apoyo deseado de su madre ante una situación angustiante.
Quienes se enfrentan a situaciones severas suelen experimentar ansiedad, en particular en casos de ciberacoso sexual. Muchas víctimas se autolesionan y desarrollan conductas adictivas. Además, sufren depresión y síntomas postraumáticos debido al miedo a la exposición digital permanente, en parte, porque numerosos agresores se mantienen en el anonimato y rara vez son condenados.
En cuanto al afrontamiento del ciberacoso, McConell et al. (2017) observan que las víctimas reducen su angustia más con el apoyo presencial que con el online, en especial porque las normas de los social media rechazan implícitamente la expresión de emociones negativas. High y Young (2018) señalan que cuando reciben apoyo de otras víctimas sienten emociones positivas que favorecen el afrontamiento. La conducta denominada “afrontamiento pasivo” consiste en la autopercepción de no poder tratar con el evento estresante, a la espera de que lo resuelvan otros (Alipan et al., 2018).
Martínez-Monteagudo et al. (2018) vinculan el afrontamiento del ciberacoso con la inteligencia emocional, entendida como la capacidad de percibir, comprender y regular las emociones. Los autores observan que cuando los jóvenes prestan excesiva atención a sus emociones, pero poca comprensión y regulación de éstas, tienen mayor probabilidad de sufrir ciberacoso. En cambio, las burlas, las amenazas y las intimidaciones suelen tener menor impacto psicológico en quienes tienen alta inteligencia emocional.
En cuanto a los factores protectores del ciberacoso, la congruencia emocional resulta central: cuando hay correspondencia entre la percepción sobre las emociones del otro y su experiencia emocional, los jóvenes evitan involucrarse como ciberagresores, pues reconocen el efecto negativo que su comportamiento podría tener en otros. De acuerdo con Yadav y Yadav (2018), la espiritualidad y religiosidad evitan que jóvenes se involucren como agresores.
Discusión y conclusiones
El objetivo de esta investigación fue indagar, describir y analizar las emociones asociadas al ciberacoso en jóvenes adultos reportadas por artículos publicados entre 2017 y 2019. Las investigaciones muestran que las emociones más comunes en las víctimas son ansiedad, tristeza, ira, angustia, miedo, vergüenza, culpa, desconfianza, frustración, paranoia, pánico y decepción. Estas suelen aparecer vinculadas a problemas de autoestima, insomnio, alcoholismo, estrés, sensaciones persecutorias, aislamiento, ataques de pánico, depresión e ideaciones suicidas. Numerosos estudios coinciden en que la depresión es una de las consecuencias más graves (Castelli & Valdés, 2018; Lai et al.; 2017; Musharraf & Anis-ul-Haque, 2018; Nicolai et al., 2018; Peled 2019; Selkie et al., 2015; Varghese & Pistole, 2017; Wang et al., 2019). Si bien la revisión sistemática de Jenaro et al. (2018) no se centra en estudios sobre emociones, sí reconocen la importancia de la inteligencia emocional en la reducción del impacto del ciberacoso.
Resulta llamativo que escasas investigaciones indaguen en el rol agresores y espectadores. Esto representa un área de vacancia, dado que la gran mayoría se ocupa de las víctimas. Los estudios que distinguen categóricamente a víctimas de agresores deberían revisarse de manera crítica, dado que estos roles pueden superponerse o intercambiarse (Kokkinos & Antoniadou, 2019). Por ejemplo, muchas víctimas se convierten en ciberagresoras porque desean vengarse (Musharraf & Anis-ul-Haque, 2018).
Según los escasos estudios sobre agresores, sus emociones más comunes son ansiedad e ira. En ocasiones experimentan remordimiento y depresión. A pesar de los daños psicosociales que puedan ocasionar, por su baja empatía afectiva suelen creer que enviar mensajes agresivos reiterados o publicar imágenes denigratorias no es ciberacoso. Su ira y frustración a veces proviene de haber sido cibervíctimas.
En cuanto a los espectadores, también según las escasas investigaciones que los incluyen, sus emociones más comunes son miedo, tristeza, piedad e ira. Debido a que su participación implica a veces difundir las agresiones y, por ende, incrementar el daño psicosocial de las víctimas, futuras investigaciones deberían abordar su rol.
La relativa baja edad del ciberacoso indica que es principalmente una problemática adolescente que se extiende a los primeros años de juventud adulta. En este período, los grupos de pares resultan centrales para la configuración identitaria y la sociabilidad cotidiana. En estos años, los jóvenes suelen tener una autoestima lábil, transcurren gran parte de su tiempo utilizando las TIC y tienden a confiar ciegamente en la tecnología, lo que muchas veces implica mayor ingenuidad respecto a peligros cibernéticos como el ciberacoso. Por estas razones, pueden resultar vulnerables a la manipulación vía plataformas de redes sociales.
No obstante, la afectación emocional y psicológica del ciberacoso no es un asunto que atañe únicamente a adolescentes. Socava el bienestar emocional de las víctimas incluso si son jóvenes adultos. En numerosos casos, el acoso afecta gravemente la salud mental, generando ansiedad, angustia e ideaciones suicidas. De hecho, John et al. (2018) señalan que, de los 33 artículos que componen su muestra, el 75% encuentra una correlación entre ciberacoso e ideaciones suicidas.
Distintas investigaciones sostienen que la mitad de los y las estudiantes universitarios sufrieron ciberacoso. La mayoría considera necesario atender esta problemática. Sin embargo, se observa una ausencia de mecanismos efectivos de intervención psicosocial en escuelas y universidades. ¿Esta coincidencia respecto a la gravedad del fenómeno sólo sirve para ser alarmistas o puede contribuir al diseño de políticas públicas? Las víctimas rara vez buscan apoyo profesional. Su principal estrategia es recurrir a amistades y compañeros de clase. Esta práctica disminuye el aislamiento social, la baja autoestima y depresión. En este contexto, los profesionales de la salud necesitan entrenamiento especializado para distinguir comportamientos de ciberacoso y brindar efectivas estrategias de afrontamiento. Si continuamos con el supuesto de que el ciberacoso atañe sólo a adolescentes escolarizados, seguiremos dejando fuera del diagnóstico y la intervención social a sujetos más heterogéneos, como por ejemplo los adolescentes no escolarizados, o los/as jóvenes en sus primeros años de vida adulta, sea que estudien, trabajen, se dediquen a tareas de cuidado o pertenezcan a los “ni-ni” (ni estudian ni trabajan).
El predominante uso de metodologías cuantitativas explica las limitaciones del estado del arte para avanzar en comprensiones sobre los comportamientos de víctimas, espectadores y agresores. De acuerdo al relevamiento efectuado, ninguna investigación analiza las trayectorias de los actores, ni sus motivaciones para participar en situaciones de acoso online. En este sentido, sería útil impulsar investigaciones con diseños cualitativos que permitan describir y comprender prácticas y experiencias de los distintos actores involucrados.
Los principales medios de ciberagresión son las redes sociales como Facebook y las aplicaciones como WhatsApp (Lai, et al., 2017; Lucio, et al., 2018; Peled, 2019). Víctimas y agresores suelen presentar problemas relacionados con el uso intensivo del teléfono móvil e internet. Por ejemplo, un comportamiento característico es la revisión constante de mensajes potencialmente amenazantes. Este hábito acarrea conflictos interpersonales, así como problemas de sueño que deterioran la calidad de vida, provocan irascibilidad y emociones negativas.
¿Qué emociones se relacionan con estas formas de conexión que estimulan la competitividad, el FOMO y la presión social por el reconocimiento? ¿En qué medida fomentan el ciberacoso? Siguiendo a Linne y Angilletta (2016), si se considera al “me gusta” como moneda de cambio que mide tanto la integración con grupos de pares como el deseo sexoafectivo, el ciberacoso puede ser efecto de esta socialización basada en juzgar a otros a partir de su aspecto visual y sus performances de intimidad.
Si bien la edad superior de las muestras llega hasta los 68 años, los participantes en las investigaciones sobre jóvenes adultos promedian los 23. Esto indica que, más allá de la población adolescente, principalmente asociada a esta problemática, el ciberacoso atañe a quienes se encuentran en el período transicional de los primeros años de vida adulta. Es en este período, que abarca la formación media y superior, así como las primeras relaciones sexoafectivas y los primeros años de experiencia laboral, cuando las personas resultan más vulnerables.
Entre las limitaciones de la investigación se destaca que, por tratarse de una revisión de alcance, no se aplicó un instrumento para evaluar la calidad de los artículos que conformaron la muestra. Para garantizar dicho aspecto, únicamente se contó con el criterio de los pares evaluadores de los journals. Otra limitación importante es que no se incluyeron en la muestra artículos sobre ciberacoso publicados en otros idiomas que no sean el español o el inglés.
Como proyecciones del estudio quedan algunas preguntas que podrían responderse en futuras investigaciones. ¿Cuál es la relación en términos psicosociales entre esta problemática y el incremento de la ansiedad y la depresión? ¿Es posible diferenciar con claridad entre una cultura juvenil provocadoramente competitiva y agresiones reiteradas con el objetivo de dañar al otro? ¿Por qué el fenómeno se expande en jóvenes?