Introducción
La Psicología Social Comunitaria (PSC) es uno de los pocos campos de la psicología que ha tenido un desarrollo autóctono en América Latina, esto es, generado desde las particularidades y problemáticas diversas y complejas de nuestra realidad.
Según Wiesenfeld (2011)
La PSC se propone entender e influir, desde y con las comunidades en situación de desventaja económica y social, en contextos, condiciones y procesos psicosociales vinculados con su calidad de vida, para que adquieran o refuercen competencias que faciliten la consecución de recursos necesarios para ejercer su ciudadanía en condiciones de justicia y equidad (p.11).
Como sugiere la definición anterior, un propósito central en la PSC es contribuir a la emancipación de sectores oprimidos, propiciando cambios psicosociales, en distintas escalas, entornos y con los agentes corresponsables.
Estas orientaciones aspiran contribuir a reducir la inequidad y nutrir el desarrollo teórico y metodológico con base en tales prácticas y retroalimentarlas con los conocimientos generados. Todo ello guiado por valores y características que, en conjunto, conformaron una retórica compartida, entre nuestros países (Serrano-García & Vargas, 1993). Se plantea, así, abordar los problemas sociales por vía de la participación y autogestión comunitarias, la integración de saberes científicos y del sentido común y la vinculación entre teoría y praxis. Asimismo, la construcción de un paradigma orientador de tales acciones, junto a valores como compromiso de actuar a favor de sectores en desventaja, desde el respeto mutuo y reconocimiento a sus fortalezas y recursos, así como necesidades y requerimientos (Montero, 2004; Serrano-García & Vargas, 1993).
A lo largo de su historia, los aportes académicos y extra académicos en la materia han sido numerosos en cantidad, diversos en calidad y han evidenciado un ritmo de crecimiento fértil y sostenido (Serrano-García, 2009). Sin embargo, análisis de algunas tendencias en nuestra producción psicosocial comunitaria, en diferentes etapas, cuestionan la correspondencia entre la retórica discursiva y los resultados obtenidos (Serrano-García & Vargas, 1993; Wiesenfeld, 2000a, 2011).
Ahora bien, ¿en qué consisten las inconsistencias detectadas?, ¿cómo se expresan?, ¿qué implican para la PSC? En el presente ensayo se examinan estas preguntas, para lo cual se considera la vigencia de sus metas, a la luz del contexto actual; se analizan algunas tendencias en su producción, en cuanto a sus aspiraciones académicas y sociales, características y valores y se formulan reflexiones e interrogantes, derivadas de dicho análisis.
El presente trabajo pretende aportar una mirada limitada en puntos de vista y cobertura de la producción examinada, considerando la extensión admitida para un artículo de revista. No obstante, un aporte de esta naturaleza es pertinente en estos tiempos, a cuyos desafíos no escapa la PSC, dada la prevalencia de problemas sociales en contextos comunitarios, a cuya superación está comprometida la disciplina.
El contexto latinoamericano
Los propósitos de la PSC Latinoamericana se vinculan con características de este contexto, particularmente las inadecuadas condiciones de vida de las comunidades pobres, que constituyen su foco de atención.
Efectivamente, el índice de pobreza actual en nuestra región es de 27%, equivalente a 164 millones de habitantes, 68 millones de los cuales (11%) se sitúan en la pobreza extrema (Comisión Económica para América Latina y El Caribe [CEPAL], 2013). Al margen de las variaciones porcentuales en indicadores de pobreza, en las últimas décadas, el índice actual supera el estimado para la fecha (United Nations Population Fund [UNFPA], 2008).
La magnitud de esta problemática llevó a la Organización de las Naciones Unidas (ONU) a considerar la reducción de la pobreza como tema prioritario para las políticas en los países en desarrollo (The World Bank Group, 2004; United Nations Development Program [UNDP], 2009) y formular un plan de acción para reducir al 2015 el número de personas en situación de pobreza extrema a la mitad de lo que fue en 1990, que representan en América Latina y El Caribe 10.5 millones de personas (UNFPA, 2008).
Estas cifras evidencian un alto porcentaje de la población en situación crítica y ratifica nuestra responsabilidad y compromiso con este estado de cosas.
Adicionalmente, que diversos organismos latinoamericanos e internacionales hayan reconocido que la organización y participación de comunidades pobres y su capacitación y fortalecimiento son fundamentales para mejorar sus condiciones de vida, procesos y fines presentes en el discurso de la PSC es otra muestra de la vigencia de dicho discurso y la relevancia social de la disciplina.
Asimismo, la complejidad de la problemática referida, convoca al cambio de las condiciones que la sostienen, incluido el modelo de ciencia dominante. Al respecto, Calhoun (2004) apela a una ciencia pública, en cuanto a su pertinencia e injerencia en asuntos públicos, con miras a su mayor relevancia social y disciplinar. La PSC representa un ejemplo de ese modelo alternativo de ciencia, por los temas que le conciernen, los objetivos que persigue y las características y valores que la orientan. Así, la doble lealtad, académica y social de la PSC la apuntala, citando a Calhoun (2004), como ciencia pública y la convoca a un papel protagónico en las ciencias subscritas a tales emprendimientos.
Finalmente, el cuestionamiento de organismos como CEPAL (2013) a la ineficiencia de políticas públicas para erradicar la pobreza nos involucra, porque se espera que la participación comunitaria, proceso central en PSC, incida en dichas políticas, adecuándolas a los requerimientos de sus destinatarios (Sánchez, 2000).
Como los esfuerzos disciplinares aislados son insuficientes ante la problemática mencionada, la interdisciplinariedad, presente en la retórica de la PSC, también continúa como meta y desafío.
Ratificada la vigencia de las razones sociales y académicas que originaron el discurso de la PSC, ¿cómo se ha traducido éste en el ejercicio profesional?
La correspondencia entre discurso y acción: Fundamentos de análisis
Las consideraciones sobre la relación entre discurso y acción en la trayectoria de la PSC latinoamericana toman como referentes principales, las revisiones críticas de Wiesenfeld (2000a), Wiesenfeld y Astorga (2012) y Serrano-García y Vargas (1993). Las dos primeras analizan los trabajos presentados o publicados en las Memorias de los Congresos Interamericanos de Psicología durante la década de 1990 y parte de la primera década del 2000, respectivamente. Ambas investigaciones documentales analizaron cualitativamente los contenidos examinados (Kohlbacher, 2006). Como no se trató de una investigación longitudinal, los criterios de análisis variaron entre ellas. La primera revisión contempló el tema abordado, objetivos del trabajo, fundamentación teórica y metodológica, principales resultados y sus implicaciones para la producción teórica; y la segunda , el tipo de trabajo (teórico o empírico), fundamentación teórica y metodológica, participantes, entornos, concepciones sobre comunidad y resultados.
Esta selección obedece a que los Congresos Interamericanos de Psicología han constituido un importante espacio de encuentro e intercambio para psicólogos y psicólogas de las Américas y nuestra disciplina ha cobrado cada vez mayor relevancia en los mismos.
La revisión de Serrano-García y Vargas (1993) se sustentó en una extensa producción psicosocial comunitaria latinoamericana, desde sus inicios hasta 1992, en nueve países. El análisis incorporó los marcos conceptuales en la PSC, la estructura socio profesional, las investigaciones e intervenciones , las controversias, y las interrogantes y futuras direcciones para este campo.
Complementamos el análisis de las revisiones con algunos textos latinoamericanos en el área (Alfaro, 2007; Montero, 1984, 2004; Sánchez, 2000; Serrano-García, 2009; Wiesenfeld, 1997, 2000b; Wiesenfeld & Sánchez, 1995). También el propio ejercicio profesional se constituyó como fuente de inspiración, ya que integra docencia, investigación, acción y reflexión con estudiantes y colegas y experiencias comunitarias desde distintos lugares (academia, comunidades residenciales, dependencias gubernamentales y otras).
Algunas tendencias en la PSC
La exposición de las tendencias en la PSC está organizada tomando como eje el doble compromiso disciplinar y social de la PSC, sus metas, características y valores.
1. El compromiso académico
Incluimos aquí las pretensiones de desarrollo teórico y metodológico de la PSC. Las contribuciones empíricas se comentan al considerar su compromiso social.
1.1. En lo teórico
El discurso sobre lo teórico en la PSC engloba como meta la producción paradigmática de teorías, modelos y conceptualizaciones como guías de las acciones de la PSC; sus características incluyen la confluencia de saberes científicos y del sentido común y la vinculación entre teoría y praxis y la interdisciplinariedad. Esta última se conjuga con las anteriores, porque la variedad de conocimientos que involucra amplían las posibilidades de comprensión y atención de los problemas complejos de nuestra disciplina, inviables desde una sola perspectiva.
Los valores afines a la meta y características enumeradas apelan a relaciones horizontales entre profesionales y comunidades y al reconocimiento del saber comunitario como recurso de sus integrantes, colocándolo al nivel del conocimiento científico o „del experto‟.
¿Qué dicen las revisiones sobre el cumplimiento de estos aspectos? Serrano-García y Vargas (1993) muestran que para inicios de los „90 no se había alcanzado el objetivo de un paradigma unificador, evidenciándose en su lugar el empleo de diversos paradigmas y aproximaciones teóricas, vinculadas con las características sociopolíticas e históricas de los respectivos contextos.
A una conclusión similar arriba Wiesenfeld (1998, 2002), quien, además de varios paradigmas, identifica incompatibilidad entre dimensiones de algunos de ellos. Por ejemplo, la fundamentación de metodologías participativas en perspectivas ontológicas y epistemológicas disímiles, como el marxismo crítico o postmarxismo, el construccionismo social, el construccionismo crítico y las representaciones sociales.
Con respecto a la producción de conocimientos, Wiesenfeld (2000a) advierte sobre la escasa referencia al tipo de conocimientos generados y en los casos en lo que estos se presentan, resulta difícil apreciar en ellos la confluencia de saberes y la equidad que se espera la acompañe. Esta limitación también se manifestó en la difusión mayoritaria de los trabajos examinados en círculos académicos (cursos universitarios, revistas especializadas, conferencias científicas), lo que sugirió el predominio de este actor, su saber y su ámbito de pertenencia sobre el comunitario y, en consecuencia, el valor de las relaciones horizontales en este dominio. Si bien resulta obvio que la procedencia de los trabajos revisados es eminentemente académica, en los textos no hubo referencia a reportes alternativos ni a su difusión en contextos comunitarios, lo cual constituye un compromiso con aquellos.
La tendencia anterior podría interpretarse como la subordinación de la pertinencia social de la disciplina a la académica, pero la desproporción entre trabajos empíricos y teóricos, a favor de los primeros (Lane & Sawaia, 1991; Serrano-García & Vargas, 1993; Wiesenfeld & Sánchez, 1995) y la cantidad de revisiones versus construcciones teóricas, en los segundos, no parece sustentar esta premisa.
En cuanto a la característica que vincula teoría y praxis, algunos casos analizados no explicitaron los fundamentos que sustentaron las experiencias reportadas; en general, mostraron poca correspondencia entre fundamentos teóricos con experiencias particulares. Adicionalmente, la mayoría de los trabajos que conformaron esta revisión no evidenciaron una retroalimentación de la práctica a la teoría, ni viceversa.
La revisión de Wiesenfeld y Astorga (2012) comparte con las anteriores la diversidad de marcos conceptuales (representaciones sociales, psicoanálisis, teoría de redes semánticas, estudios de género, construccionismo social, conceptos de la filosofía y la sociología, incluyendo aportes de otras subdisciplinas psicológicas como la clínica, ambiental y política, entre otros). Los trabajos de tipo teórico destacaron la importancia de algunos conceptos para la PSC: exploraron las diferencias entre lo social y lo comunitario, revisaron críticamente la IAP, mostraron tensiones entre la PSC y la psicología clínica, consideraron aportes del psicoanálisis a intervenciones psicosociales, abordaron la pertinencia de incursionar más en el campo de las políticas públicas, pusieron de relieve la dimensión comunitaria y/o social de algunos asuntos humanos y, permitieron actualizar las reflexiones sobre la disciplina o realizar aportes a temas como valores, participación, etc. No obstante esta diversidad, al igual que en las revisiones precedentes, no se pudo precisar las contribuciones teóricas al cuerpo de conocimientos de la PSC ni, como ésta lo demanda, su aplicación.
Con relación a la interdisciplinariedad, las tres revisiones muestran el empleo de diferentes perspectivas (educación popular, materialismo dialéctico) disciplinas (sociología, antropología) y áreas de la psicología (salud mental comunitaria, psicología política, ambiental, clínica, escolar, entre otras (Wiesenfeld, 2000a). Sin embargo, existe un predominio de enfoques y modelos teóricos psicológicos, adscritos a perspectivas conductuales, cognitivas, sociocognitivas, críticas, lo cual no nos permite ratificar la presencia o modalidad que adopta la inter o transdisciplinariedad, ni sus implicaciones para el abordaje integral de la problemática considerada. Esta limitación también pone en tela de juicio la integración de saberes y el valor de equidad e inclusión que representa.
El análisis anterior sugiere que las aspiraciones académicas no han tenido la respuesta esperada en cuanto a desarrollo teórico, el cual es significativamente inferior al empírico, como concuerdan las tres revisiones. Mas tampoco se ha evaluado el beneficio de tal situación, por ejemplo de la pluralidad o de algunas orientaciones paradigmáticas sobre otras, para la PSC, ni el tipo de conocimiento, cuya producción debemos priorizar. Así, mientras Lane y Sawaia (1991) recomendaron desarrollar un marco teórico que acercara teoría y praxis, debido al divorcio entre ambas y el énfasis aplicado de la disciplina, Serrano-García y Vargas (1993) se preguntaban si la limitada producción teórica era desventajosa, dada la orientación social y aplicada de la PSC. Hacia esto último se inclinaron los asistentes a la Conferencia de Bath- Inglaterra, en 1995, al priorizar la práctica de la investigación participativa y sus resultados (Lincoln & Reason; Pérez-Serrano 1994, en Wiesenfeld, 2000a) al privilegiar la concientización comunitaria sobre las contribuciones académicas.
Las posturas anteriores muestran que el balance entre producción teórica y aplicada no está resuelto en nuestro campo y suscita preguntas como: ¿podemos satisfacer las exigencias académicas y sociales, en cuanto a tipos de conocimiento que cada una demanda?, ¿debemos ratificar la meta teórica?, ¿qué cambios introducir en la PSC para alcanzarla?, ¿será que debemos legitimar, como de facto está ocurriendo, la coexistencia de tendencias, cada una aportando desde sus inclinaciones y posibilidades?; en ese caso, ¿estamos refiriéndonos al mismo campo de actuación o a variantes de esta subdisciplina psicológica?
1.2. En lo metodológico
Las metodologías participantes, particularmente la Investigación Acción Participativa (IAP), son privilegiadas en el discurso de la PSC por su potencial de contribuir a construir conocimientos relevantes a los problemas que le atañen y a modificar las condiciones que los suscitaron. Para ello, la participación comunitaria en actividades de investigación, reflexión y acción, junto a profesionales y demás implicados, es indispensable.
Serrano-García y Vargas (1993) identifican un desarrollo metodológico paralelo al práctico, por lo que asumen la relación investigación-acción como característica de la disciplina. Esta conclusión se ve apoyada en lo que denominan un modelo común de trabajo que abarca, desde la detección de necesidades y recursos, hasta la planificación, implantación y evaluación de la intervención, fases equivalentes a las de la IAP. Encontraron, sin embargo, poca mención a la reflexión que debe nutrir la teoría y redundar en nuevas acciones, lo que explica, en parte, la escasa producción teórica.
Asimismo, Wiesenfeld (2000a) reporta el empleo parcial del ciclo de la IAP, en tanto las experiencias expuestas sólo se centraron en alguno de sus procesos (investigación, prevención u otro tipo de intervención, concientización, desarrollo conceptual).
En cuanto a lo metodológico, de las 28 investigaciones empíricas examinadas por Wiesenfeld y Astorga (2012), sólo seis (21%) reportaron el uso de la IAP, mientras 22 (79%) utilizaron metodologías distintas, incluyendo métodos experimentales, cuasi-experimentales manipulativos o estadísticos; evaluaciones o intervenciones individuales y no centradas en la concientización y transformación colectiva y activa de los participantes. En esta variedad, llama la atención la presencia de enfoques alejados de algunas características y presupuestos ontológicos, epistemológicos y metodológicos de la PSC y de la IAP (Wiesenfeld, 1998, 2002). También es llamativa la falta de justificaciones para el empleo de dichos métodos, incompatibles desde el punto de vista de la concepción y aproximación a la comunidad con la IAP o estrategias afines. Finalmente, no identificamos propuestas metodológicas alternativas y pertinentes al objeto y fines de la PSC.
Con respecto a la participación en la IAP, no pudimos precisar sus implicaciones en el proceso de investigación-acción o intervención. Sobre este particular, aunque Serrano-García y Vargas (1993) sí encuentran predominio de metodologías participantes, cuestionan el lugar y alcance de la participación en dicha metodología.
La situación descrita parece extender la brecha entre discurso y acción, de lo teórico, a lo metodológico. Preguntamos entonces; ¿qué ha pasado con la flexibilidad y creatividad metodológica predicha por Montero (1995, en Wiesenfeld & Sánchez, 1995)?
2. El compromiso social
Esta sección incorpora características, valores y metas vinculadas a los lugares y actores que conforman la comunidad, sus procesos y logros, o sea, el dónde y quién/es, cómo y para qué de la PSC.
2.1. La comunidad
Una característica distintiva de la PSC corresponde a los actores y lugares que conforman una comunidad. A pesar de la ambigüedad y complejidad en las múltiples acepciones y usos del término en la PSC (Rodríguez & Montenegro, 2013), lo común es la referencia a un sujeto social, a un colectivo cuyas carencias socioculturales y económicas tienen un correlato espacial. Los valores asociados a esta característica se expresan en el compromiso de nuestros profesionales de contribuir, de manera solidaria y responsable, con la co-comprensión y reflexión crítica de tales condiciones (problematización, desnaturalización, concientización) y facilitar procesos (organización, participación, fortalecimiento, pertenencia) que favorezcan su transformación. El valor de reciprocidad que acompaña este tránsito hacia la acción reflexionada, incide también en la resignificación de los profesionales acerca de sí mismos y su desempeño laboral y ciudadano (Wiesenfeld, 2000c).
En Serrano-García y Vargas (1993), las referencias a lo comunitario remitieron a los ámbitos de inserción y actuación profesional, siendo estos: comunidades geográficas, instituciones gubernamentales, educativas y de salud, movimientos populares, organizaciones comunitarias juveniles, culturales y religiosas de base y grupos ambientalistas, entre otros. Los actores comunitarios estuvieron conformados por niños/as deambulantes o en escenarios escolares, pacientes mentales, mujeres maltratadas, víctimas del VIH-SIDA, adolescentes, personas con adicciones y líderes comunitarios, entre otros.
Por su parte, Wiesenfeld y Astorga (2012) ejemplifican múltiples usos del término comunidad, los cuales se asocian con diferentes elementos. En cuanto a sus integrantes, los trabajos analizados incluyen tanto individuos como colectivos (grupos, organizaciones, comunidades geográficas y funcionales), lo que comprende un amplio rango de edades, condiciones de salud, niveles educativos, sociales y culturales, entre otros. También son variados los ámbitos de investigación y acción con dichos participantes, incluyendo entornos educativos, laborales, culturales, de salud y residenciales. Esta panorámica llevó a las autoras a identificar diversos sentidos sobre lo comunitario, asociándolo con conceptos o procesos de la psicología comunitaria (empoderamiento, participación, comunicación dialógica, etc.), diversas poblaciones a las cuales beneficia el trabajo psicosocial comunitario o con las cuales se llevó a cabo la investigación y que son consideradas como comunidades (escuelas, grupos de trabajo, grupos culturales, organizaciones de salud, comunidades geográficas, etc.), temas estudiados (juventud, madres solteras, participación social, pobreza, impacto ambiental) relacionados con aspectos de carácter social, como políticas públicas, cultura, desarrollo.
Nos detendremos en algunas implicaciones del empleo diverso y ambiguo del término comunidad o comunitario en diferentes esferas de la disciplina y algunas controversias e interrogantes que de ellas derivamos, inspiradas principalmente en nuestra reflexión sobre estos temas.
2.1.1. Los actores comunitarios
Si en algo existe correspondencia entre discurso y acción, es sobre el sustantivo y adjetivo de los actores a los que se dedica la PSC: comunidades en situación de desventaja. Este acuerdo no deja de lado algunas inconsistencias que se expresan en la acción comunitaria y obligan a redirigir la mirada hacia las concepciones (ontología) y aproximaciones (epistemología) a la comunidad. Nos referimos a las tensiones individuo-colectivo, a los límites de la inclusión comunitaria, las variantes de actores y las concepciones sobre sí mismos y los otros.
Entre individuos y colectivos: El componente humano característico de la PSC es social, debido al interés de atender problemas que afectan a colectivos. Este desplazamiento de la mirada psicológica individual a la social-comunitaria adopta como valores la inclusión, la diversidad de experiencias, saberes y demás recursos y las relaciones horizontales de poder. En este punto llama la atención el reporte de experiencias con individuos en nuestra producción. No se trata de subestimar la escala individual de manera radical, sino de obviar los argumentos que justifican abordajes individuales en el marco de nuestro quehacer, como sí lo hacen Koh Yah y Castillo León (2014). Preguntamos entonces: ¿qué implicaciones tiene el trabajo con individuos en una disciplina, que justamente rescata la dimensión social en Psicología?
Los límites de la inclusión: En segundo lugar, los reportes no parecen incluir a todos los que son, lo cual interroga el cumplimiento de este valor. Es así como se tiende a llamar „comunidad‟ a las personas con las que solemos trabajar de la PSC, sugiriendo que este número variable de participantes agota ese colectivo. Al generalizar de este modo, invisibilizamos miembros de la comunidad que no participan, voces silentes o disidentes del liderazgo. Esta exclusión distorsiona la realidad comunitaria, al anular la diversidad que alberga y anonimiza a una parte de sus miembros (Wiesenfeld, 1997). Este sesgo puede aliviar de responsabilidades a quienes, ya sea por apatía, desinterés, sobrecarga de tareas, enfermedad u otros, se benefician del esfuerzo ajeno o, lo contrario, perjudicarse por su (auto) exclusión. En consecuencia, el llamado a reconocer las intermitencias y fluctuaciones en la dimensión humana de la comunidad permitirá rescatar, de manera consciente y crítica, los recursos de la pluralidad en este concepto y ayudará a ampliar el alcance del trabajo comunitario. Preguntamos, sin embargo: ¿por qué ésta tendencia?, ¿será que no nos hemos percatado o hemos naturalizado este asunto?, ¿será que no disponemos de herramientas para manejarnos en la diversidad?
2.1.2. Los agentes externos y sus variantes
Las comunidades raramente permanecen aisladas socialmente. Sus vínculos con el “afuera” y las incursiones político partidistas, religiosas, académicas, de organizaciones no gubernamentales en su interior, irrumpen con sus modalid ades de permanencia y actividad, en la cotidianidad comunitaria.
Así como aludimos a las comunidades como un todo homogéneo, solemos referirnos a esta variedad de actores vinculados con las comunidades, en sentido genérico: gobierno, universidad, profesionales, obviando su especificidad y diversidad, como sus posibilidades de cambio, a partir de confrontaciones y negociaciones en el trabajo comunitario (Wiesenfeld, 2000b).
En este orden de ideas, si los significados que cada actor elabora sobre sí mismo y los demás influyen en sus formas de relacionarse, sentir y actuar, beneficiando o interfiriendo, de forma intencional o inadvertida, con el sentido de la acción comunitaria, es menester conocer: ¿cómo se significan a sí mismos y a los otros, diferentes agentes externos de acuerdo con su ámbito de adscripción y cómo podemos negociar el disenso en tales significados, en acuerdo con, y para beneficio de las comunidades? (Serrano-García, 2009).
La diversidad de estos actores se expresa en una pluralidad de modos de interrelacionarse, condicionados por el conocimiento o los (pre)juicios y las experiencias directas o vicarias con aquellos. Dedicamos un espacio a algunos de tales actores y sus (inter) relaciones.
El tercer agente: El actor gubernamental o tercer agente (Wiesenfeld, 2000b) es uno de los agentes externos más polémicos y a la vez necesarios, para las metas de la PSC. Por una parte, atender la desigualdad, depende en gran medida de las políticas públicas que este formula e implanta, con escaso impacto en nuestra región (CEPAL, 2013). Por otra parte, Serrano-García y Vargas (1993) y colegas chilenos (Alfaro, 2007; Berroeta, 2014; Krause, 2002; Winkler, Alvear, Olivares & Pasmanik, 2010) informan sobre la significativa inserción de nuestros profesionales en dependencias gubernamentales que, si bien debería reforzar nuestros principios en ese espacio, los restringe y desvirtúa. Así la dimensión política de la PSC, representada por la emancipación, autonomía y ciudadanía, se enfrenta con el asistencialismo adaptativo, el control y la dependencia, reforzados por la exhortación oficial a la autogestión y la participación (Wiesenfeld & Sánchez, 2012a), procesos privilegiados por la PSC (Ferullo, 2006; Montero, 1984).
Consideramos que, estas formas de gobernabilidad, inconsistentes con los lineamientos de los procesos comunitarios, descargan de deberes a los agentes responsables de garantizar los derechos ciudadanos y sobrecarga a las comunidades, que llevan a cuesta una dura lucha por su subsistencia. Esta situación nos desafía a desarrollar estrategias creativas de relación con el tercer agente, que lo corresponsabilice de la solución de los problemas sociales en sus contextos locales. Una experiencia en el sentido descrito, es la que Wiesenfeld, Sánchez y Giuliani (en prensa), denominan la “Psicología Social Comunitaria al revés”, que ilustra la aplicación de modelos de gobernabilidad participativa y de desarrollo sostenible con el tercer agente, propiciando en éste concepciones y aproximaciones respetuosas y abiertas a la participación comunitaria en la esfera política.
Sin embargo, ¿estamos las distintas partes dispuestas a ésta modalidad de inclusión? En caso negativo ¿cómo neutralizar las influencias adversas de estos sectores para la promoción de procesos comunitarios?, y en caso afirmativo, ¿qué herramientas pueden emplearse, sin desvirtuar los fines de la PSC ni afectar los intereses de las comunidades? Si creemos en las posibilidades de cambio de los seres humanos, ¿por qué no extrapolar esta creencia a esferas y sectores de la sociedad, que, quiérase o no, inciden en las comunidades con las que trabajamos, y de los cuales forman parte muchos profesionales de la PSC?
La relación profesional-comunidad: El compromiso con las comunidades es un valor con respecto al vínculo entre profesionales con aquellas. Sin embargo, las formas de interpretarlo y actuarlo, desde ambos lados, no está exento de dificultades. Al respecto nos preguntamos: ¿qué significa el compromiso profesional, desde y fuera de la academia, con las comunidades?, ¿cómo manejarlo cuando se difiere de posturas o acciones comunitarias, por ejemplo de su liderazgo?
El compromiso profesional, especialmente el académico, se expresa con frecuencia en la valoración e incluso idealización del acontecer comunitario, sin problematizarlo o cuestionarlo entre pares. Esta tendencia tiene que ver con el deslumbramiento ante contextos y experiencias novedosas que inspiran ciertamente admiración, solidaridad y hasta el deseo de convertirse en “el otro” (Wiesenfeld, 1997). Este modo de relación puede conducir a entregas, en las que se corre el riesgo de obviar o descalificar el saber científico por considerarlo trivial o desvinculado de la realidad comunitaria; o desembocar en una suerte de convivencia activista, beneficiosa para la comunidad, al contar con un recurso capacitado e incondicional. Para la disciplina, sin embargo, significa perder una fuente de retroalimentación y reflexión, imprescindible para su desarrollo y por ende para el cumplimiento de sus metas.
El encantamiento también ocurre desde las comunidades hacia las y los profesionales, cuando priorizan el saber del “experto” en desmedro del propio, o por el contrario, subestiman dicho saber por considerarlo ajeno a su realidad. Esta pluralidad de significados evidencia la necesidad de investigarlos y comprenderlos desde los respectivos posicionamientos, en beneficio de las partes implicadas.
Las y los profesionales de la PSC y la autoexclusión: El último aspecto a ventilar sobre los actores, refiere a nuestro posicionamiento profesional. Nuestros valores de justicia y equidad involucran subjetividades comprometidas, como lo postulan enfoques construccionistas críticos (Wiesenfeld, 2000b). Pero paradójicamente, hemos estado ausentes de nuestros propios reportes (Goncalves, 2003). No exponemos el impacto de las experiencias vividas, sus aciertos y desaciertos y los aprendizajes derivados. ¿A qué se debe esta ausencia?, ¿por qué no hemos problematizado nuestro propio silencio?, ¿nos hemos percatado del mismo?
Pensamos que este anonimato puede atribuirse, en parte, a formas tradicionales de publicar, en las que el autor o autora se desdibujan en su propia narrativa, por exigencias de las normas de publicación. Otra razón puede ser el aislamiento en nuestra praxis profesional, paradójica por cierto en una disciplina orientada a construir comunidad desde la acción, la reflexión y la afectividad. En este sentido, no hemos generado suficientes espacios para dialogar y debatir con pares nuestras inquietudes, conflictos, logros y dificultades, sentimientos que emergen en nuestro quehacer profesional y como seres humanos. Tal como lo sustenta la IAP, el diálogo fundamentado en la praxis y las acciones estimuladas por las reflexiones grupales, son maneras de enriquecernos como individuos, ciudadanos, profesionales y de contribuir al desarrollo disciplinar (Fals-Borda & Rahman, 1991). ¿Por qué entonces no asumirlas para nuestros propios procesos como comunidad?
2.2. Los lugares comunitarios y sus límites
La complejidad del término comunidad también tiene que ver con su componente ambiental. Una tendencia de la PSC ha sido trabajar con comunidades residenciales, geográficamente delimitadas, a escala micro y local o con entidades ubicadas dentro de sus límites (dispensarios, centros religiosos, educativos, etc.). Sin negar las ventajas de esta escala, pensamos que se queda corta cuando hablamos de metas como emancipación o cambio de la estructura social. El tránsito de lo micro a una escala mayor equivale, a nuestro entender, al giro de la concepción de los problemas de individuales a colectivos, en el sentido que debemos convocar la reflexión acerca de los límites de dichos problemas, más allá de la esfera comunitaria. Una vía para lograrlo es propiciando el acercamiento entre comunidades o instituciones comunitarias con problemáticas afines, transfiriendo experiencias exitosas, aprendiendo de ellas y conjugando sus fortalezas. Hacerlo acercaría a comunidades sectorizadas al cumplimiento de las metas de la PSC, cuya carga es impensable para un colectivo sectorizado. Un ejemplo de trabajo mancomunado se encuentra Rivera, Velásquez y Morote (2014).
Caben las preguntas: ¿por qué ha sido difícil trascender con mayor frecuencia e impacto, las escalas de actuación de la PSC?, ¿le corresponde a la PSC hacerlo o debemos reformular la meta del cambio ajustándola a los numerosos logros alcanzados por sus protagonistas y otros actores en sus microespacios?
2.3. Los procesos psicosociales comunitarios
Los procesos psicosociales comunitarios constituyen otra característica distintiva de la disciplina. Entre ellos, la participación comunitaria ocupa un lugar protagónico.
2.3.1. La participación comunitaria y su vínculo con la PSC
La participación comunitaria ha sido y sigue siendo pilar fundamental del quehacer psicosocial comunitario. Es concebida como medio y/o fin, característica, valor y recurso (metodológico, teórico, aplicado, político, ético) de la disciplina (Arango, 2007; Sánchez, 2000). También se concibe como eje fundamental y fuente de conocimiento para la disciplina (Montero & Gonçalves, 2011) o incluso se toma como una característica ontológica de la misma, al concebir al ser humano como producto y productor de su historia (Freitas, 2011; Martín-Baró, 1987) con capacidades para incidir activamente en sus procesos de transformación social (Serrano-García & Vargas, 1993; Wiesenfeld & Sánchez, 1995).
Sánchez (2000) sintetiza sus características, objetivos y contextos como un proceso inclusivo, reflexivo, formativo, dinámico, voluntario y colectivo, que persigue solucionar problemas comunitarios concretos e intervenir en la gestión pública.
Estas cualidades no ocurren de manera autónoma, sino concomitantemente con otros procesos, para los cuales la participación constituye un eje articulador. Se mencionan así la organización de la sociedad (Mendoza & Zerda, 2011), el empowerment (Ortiz-Torres, 1999/2008 c.p. Torres, Resto, Serrano-García & Rodríguez, 2011), la concientización (Lane y Sawaia, 1991), y la sostenibilidad comunitaria (Wiesenfeld & Giuliani, 2001; Wiesenfeld & Sánchez, 2010).
El protagonismo de la participación se expresa en las múltiples actividades que propicia: investigación, reflexión, promoción, implementación, evaluación y teorización. Si a ello agregamos la pluralidad de actores, contextos, problemáticas, mecanismos y escalas que involucra, es evidente que estimar su impacto en términos de las metas, características y valores de la PSC es una tarea difícil de cumplir.
Nos limitamos aquí a sintetizar algunos logros comunes reportados en las revisiones, así como obstáculos para la implementación y consecución de sus fines. Ello, a riesgo de trivializar la complejidad del proceso, simplificar los aportes de la vasta producción en torno al mismo y obviar las controversias e interrogantes que ha desencadenado.
Remitiéndonos a los compromisos científicos y sociales de la PSC, podemos decir que, en cierta medida, la participación ha satisfecho ambos. En lo teórico, se han hecho aportes que abarcan desde definiciones y modelos conceptuales para estudiarla, fomentarla o mantenerla (Ferullo, 2006; Montero, 2004; Sánchez, 2000) hasta elaboraciones paradigmáticas (Heron & Reason, 1997).
En lo metodológico, la participación es un componente fundamental de la IAP, privilegiada por la PSC y sus variantes. Se promueve a través de múltiples mecanismos de encuentro (asambleas, talleres, grupos de discusión) y de técnicas (arte, fiestas, recuperación de la memoria histórica), para una variedad de temas (pobreza, familia, violencia, salud, educación, ambiente, conflictos armados) (Cordero, 2011; Krause et al., 2009; Morais & Pereira, 2009; Mujica, 2008; Rivera, Velásquez & Morote, 2014).
A las contribuciones teóricas y metodológicas se suman las empíricas o aplicadas, resultantes de innumerables estudios sobre temas, factores, actores y ámbitos, propios a la participación o en relación con procesos que la preceden, emergen conjuntamente con ella o resultan de la misma.
Ahora bien, ¿cuáles han sido algunas contribuciones aplicadas de la participación, sea como medio o producto de intervenciones y/o investigaciones?
Para Serrano-García y Vargas (1993) la información analizada no permitió evaluar los beneficios de las intervenciones realizadas y la metodología empleada. No obstante, la centralidad de la participación a lo largo de su texto sugiere que las contradicciones entre discurso y praxis detectadas y los logros de la PSC involucran este proceso. En este orden de ideas, la autora y el autor cuestionan la manera homogénea de aplicar un modelo de investigación/intervención, centrado en la participación, al margen de las diferencias entre contextos. Asimismo, critican la ausencia de agentes comunitarios en la construcción teórica y, al referirse a los alcances de la PSC, está implícito su cuestionamiento a la participación, dada la distancia entre los cambios alcanzados versus los aspirados.
Por su parte, Wiesenfeld (2000a) informa sobre el aporte de la participación a la producción de conocimientos, con metodologías participativas; y Wiesenfeld y Astorga (2012) identifican algunos beneficios de la participación, generados en las experiencias participativas reportadas (reducción de violencia, atención integral a la salud, mejoramiento barrial, alfabetización y organización de redes) y, paralelamente, relativos a la construcción o fortalecimiento de procesos psicosociales comunitarios concomitantes a la participación (empoderamiento, liderazgo, identidad y concientización). Adicionalmente se ratifican oportunidades de transferencia de las experiencias y cambios individuales, grupales y ambientales a otros ámbitos y escalas, ampliando así su potencial transformador. Sin embargo, los reportes no aclaran cómo se posicionó el profesional con la comunidad, cómo se integró su saber al comunitario: cuantos y quienes participaron, si fue un proceso inclusivo y democrático, qué motivó a quienes se repliegan o no son tan visibles como los líderes o informantes clave.
En ese sentido, la escasa alusión a estos aspectos, sugerentes del impacto de la participación comunitaria, impide estimar el cumplimiento de sus valores y características; principalmente de los cambios que se espera suscite, más allá de soluciones puntuales o paliativas. Si bien estas mejoran condiciones de vida, no las trascienden. Por ejemplo, ¿se incrementó el poder de la gente?, ¿cómo se expresó?, ¿se transfirieron experiencias a otras situaciones, contextos o actores?, ¿se impactó la política pública?
Particularmente el tema de la relación Estado-comunidad y su incidencia en las políticas públicas ha venido cobrando cada vez más interés en la disciplina.
2.3.2. Participación y políticas públicas
Aunque históricamente los gobiernos latinoamericanos han incorporado la participación comunitaria en sus políticas gubernamentales, en la práctica, las relaciones entre Estado y comunidades han sido conflictivas. El poder político ha limitado la auténtica participación comunitaria (Jiménez–Domínguez, 2008) mediante mecanismos de control, opresión, tutelaje, cooptación, asistencialismo, clientelismo, burocracia, etc. Tales mecanismos han atentado contra la formulación e implementación de políticas favorables a las comunidades, con participación de aquellas e interferido con cambios trascendentales (Alfaro, 2007; Krause et al., 2009; Wiesenfeld & Sánchez, 2012a, 2012b; Winkler et al., 2010).
Los obstáculos mencionados afectan la dimensión política de la PSC (Montero & Serrano-García, 2011), al no incorporar las perspectivas comunitarias en la agenda pública y limitar la reivindicación sus derechos (Sánchez, 2000); por lo que nos preguntamos: ¿es posible transformar la relación Estado-comunidad?
Algunos aportes recientes son alentadores. Al respecto se reportan intervenciones que alcanzaron sus objetivos con participación comunitaria articulada con entes gubernamentales, mostrando posibilidades de revertir tendencias autoritarias y clientelares en la relación Estado-comunidad (Krause et al., 2009; Zambrano & Bustamante, 2007) e incidir en las políticas públicas (Giorgi, 2012; Rodríguez, 2013; Ziccardi, 2012).
Lo anterior nos reta a preguntamos: ¿cómo incrementar este tipo de esfuerzos?, y ¿cómo promoverlos trabajando desde el gobierno o como tercer agente?
Los logros sociales de la PSC
La abrumadora producción empírica, generalmente, reporta algún beneficio para la comunidad, lo cual es un indicador de la pertinencia social de la PSC. Serrano-García y Vargas (1993) mencionan que, con las intervenciones, las comunidades resuelven problemas inmediatos, fortalecen sus organizaciones; participan en diversas actividades académicas y amplían su comprensión sobre la realidad, reconociendo sus recursos para incidir en ella y resignifican do sus problemas como colectivos. Wiesenfeld y Astorga (2012) agregan que las investigaciones empíricas analizadas contribuyeron con la disciplina y sus procesos al fortalecer o facilitar herramientas a las y los participantes para resolver problemas concretos, luchar contra la discriminación y el estigma, identificar sus necesidades e implementar programas comunitarios, activar procesos participativos para estimular el ejercicio del poder, producir información empírica y/o teórica útil para implementar estrategias comunitarias, lograr cambios en sus condiciones de vida y presentar recomendaciones para reducir la pobreza, entre otros.
Lo expuesto hasta ahora, refleja contribuciones en los pilares fundamentales para el desarrollo de una disciplina: teoría, métodos y aplicación. No obstante, es difícil, con base en los contenidos de las publicaciones, establecer los alcances de los aportes teóricos al cuerpo de conocimientos de la PSC y la reflexión sistemática sobre el producto de los estudios empíricos realizados. No podemos establecer si esto obedece a pautas de publicación, que no dan cabida a la información requerida o a otros factores. Estas incógnitas imponen, para el primer caso, el reto de impulsar, formas creativas y asequibles, de intercambio y divulgación de los esfuerzos realizados desde la academia y en la práctica profesional extra académica con comunidades y demás actores relevantes.
En el caso de las otras limitaciones, también constituye un reto investigar si son imputables a metas, valores y características que hay que reconsiderar por inviables y cómo hacerlo o si tienen que ver con nuestro desempeño y cómo optimizarlo. Por ejemplo: ¿es viable, a partir de los beneficios alcanzados, promover la meta de la emancipación y la transformación social?
También es pertinente interpelar las características de la PSC (Montero, 2004), preguntando: ¿corresponde a la comunidad ser la única gestora de sus problemas?, ¿cómo ello promueve control y poder comunitario y no adaptación o dependencia de recursos externos?, ¿cómo transitar desde la solución de problemas concretos en contextos comunitarios a la influencia política y ejercicio de ciudadanía?
Y en cuanto a los valores: ¿cuáles son los límites de nuestro compromiso con la auténtica participación y transformación social? Finalmente, ¿compartimos el mismo modelo de desarrollo cuando hablamos de plena participación y emancipación? Incorporar la discusión de estos temas en nuestra agenda, es otro reto impostergable.
Crisis o consolidación de la PSC: ¿una o varias PSC?
Lo presentado hasta ahora abre más preguntas que respuestas a: ¿hacia dónde apuntan las tendencias identificadas de la PSC?, ¿podemos considerar la diversidad de logros y limitaciones como indicadores de consolidación de la PSC?, ¿cómo manifestación de varias PSC, una más inclinada a lo académico, otra hacia el social?; ¿qué implican propuestas como la Psicología Comunitaria Crítica que exhortan a deslindarse de la PSC, por su incapacidad de promover un verdadero cambio social (Kagan, Burton, Duckett, Lawthom & Siddiquee, 2011; Berroeta, 2014), ¿constituyen estas variaciones expresión de una crisis en la disciplina?
Desde nuestra perspectiva interpretamos las inconsistencias entre expectativas y logros y la diversidad en las tendencias de los segundos, como una crisis de la PSC, que conectamos con las crisis de los modelos de desarrollo en la región. Indudablemente requerimos muchas miradas e intensos debates entre psicólogas o psicólogos sociales comunitarios.
Dejamos abiertas las preguntas formuladas para que juntos generemos respuestas y nuevas preguntas. Sólo así podremos fortalecer colectivamente viejos, pero acertados rumbos transitados o perfilar unos nuevos que, en cualquiera de los casos, harán de nosotros y de los actores con quienes trabajamos, mejores seres humanos.