Introducción
Las tensiones de la práctica en la estructura socioprofesional de la Psicología Comunitaria son una inquietud constante en la disciplina. Su propio origen es una respuesta a la insatisfacción con el modelo médico y la psiquiatría tradicional, a la crisis de la psicología social, a la necesidad de articular teoría y práctica y, por sobre todo, a la necesidad de muchos psicólogos y psicólogas de vincular la psicología con la transformación de la realidad social (Cruz & Aguilar, 2002).
En la última década, a nivel internacional, se han identificado y analizado diferentes aspectos que resultan confusos en la estructura socioprofesional: las inconsistencias metodológicas que se producen entre el campo de la práctica y la investigación (Wandersman, 2003), la capacidad de la práctica científica de la disciplina para colaborar con el mejoramiento de la calidad de vida de las comunidades (Wandersman, Kloos, Linney & Shinn, 2005; Martin, Lounsbury & Davidson, 2004), la efectividad de las prácticas de intervención para contribuir al cambio social (Prilleltensky, 2003, 2008; Newbrough, Speer & Lorion, 2008), el papel que juega la ideología en los fundamentos teóricos y prácticos de la disciplina (Montenegro, 2002) y los límites del campo disciplinar (Montero 2004, 2006; Toro, 2005).
En Latinoamérica hace 20 años que Serrano-García y Vargas (1993) se preguntaban ¿en qué medida lo que decimos que hacemos o creemos que hacemos es consistente con nuestra labor cotidiana?, expresando de esta forma un enérgico cuestionamiento a la vinculación entre los sectores profesionales y la esfera gubernamental en el desarrollo y el quehacer de la Psicología Comunitaria (PC). En el presente, la consolidación de los regímenes democráticos y la mayor o menor instalación del sistema neoliberal han afianzado una hegemonía del financiamiento gubernamental en la intervención social, junto con una creciente estructuración burocrática; procesos que generan un profundo interés por explorar las posibilidades de relación entre el quehacer disciplinar y las políticas públicas (Rodríguez, 2009; Montero, 2010a; Alfaro, Sánchez & Zambrano, 2012).
Desde esta perspectiva, Chile es un caso emblemático: es probablemente el país latinoamericano donde el modelo neoliberal y la tecnificación de lo social se han instalado con más dureza. La incidencia gubernamental en el desarrollo de la PC es radical, tanto es así que distintos autores han planteado que, en Chile, la acción gubernamental establece y delimita el actual quehacer de la PC (Alfaro, 2000, 2007; Krause, 2002; Asún & Unger, 2007; Sandoval, 2007; Alfaro & Zambrano, 2009) e, incluso, que no llegaría a constituir un campo disciplinar autónomo, sino que se trataría de una acción profesional aplicada y supeditada al contexto de la política social (Alfaro, 2000).
Este trabajo plantea una reflexión sobre las formas que adopta el quehacer de la PC. Proponemos como método para este análisis, el ordenamiento de las singularidades de este quehacer, a partir de una triada de coordenadas que estructuran el campo disciplinar. El resultado de este ejercicio es la configuración de un campo expandido 1 que se extiende más allá de los límites del territorio que nos impone la homogénea disposición de los marcos normativos y valóricos de la retórica hegemónica de la disciplina, plano que permite, teóricamente, cartografiar tanto las prácticas institucionalizadas, como aquellas que subvierten la dependencia institucional de las políticas públicas.
Para ensayar esta propuesta, tomaremos como caso lo que reportan las investigaciones sobre el quehacer socioprofesional en Chile. Categorizaremos, según las propiedades y dimensiones del modelo cartográfico, los hallazgos de las principales investigaciones publicadas a la fecha.
Antecedentes
Sobre el quehacer socioprofesional de la PC en Chile
Distintos autores extranjeros que mencionan en sus trabajos el caso chileno (Montero, 1994; Serrano-García & Vargas, 1993; Wiesenfeld, 1994; Musitu, 2004; Sánchez Vidal, 2007; González-Rey, 2004), lo describen como un quehacer centrado en la práctica y fuertemente condicionado por los cambios sociopolíticos que ha vivido el país.
El proceso de institucionalización disciplinar de las últimas dos décadas distancia a la psicología comunitaria nacional de las tradiciones más progresistas de la disciplina (Krause & Jaramillo, 1998: Krause, 2002; Alfaro, 2004, 2007; Saavedra, 2005; Asún & Unger 2007; Sandoval, 2007, Piper, 2007; Alfaro & Zambrano, 2009):
Con las políticas sociales de la Concertación 2, se ha implementado un verdadero proceso de desideologización del Trabajo Psicosocial Comunitario, separándolo progresivamente del legado histórico de la Psicología Comunitaria de los años 80’, y vinculándolo de manera explícita a las nuevas necesidades que impone el lenguaje técnico de la formulación y evaluación de los proyectos sociales (Sandoval, 2007, p.15).
Esta tensión entre los marcos referenciales de la disciplina y las condiciones estructurantes de la práctica en programas públicos es el principal rasgo que describe el quehacer socioprofesional de los últimos 15 años.
Las características de esta tensión se pueden advertir en los resultados que presentan las distintas investigaciones hechas en este período. En poco más de una década, se han producido diversos estudios con diferentes actores y enfoques que abordan el quehacer profesional. Se trata de investigaciones que aportan antecedentes empíricos para una lectura de las singularidades del quehacer socioprofesional. Para ofrecer una mirada de conjunto, que posteriormente nos sirva de insumo para organizar nuestra propuesta de análisis, describiremos los principales resultados de estas investigaciones.
Krause (Krause & Jaramillo, 1998; Krause, 2002), tras estudiar las prácticas interventivas de profesionales en la ciudad de Santiago, concluye que la PC nacional se encuentra en un fuerte proceso de institucionalización, donde los énfasis por la transformación y el cambio social propios de la disciplina han dado paso a una acción de orientación gubernamental y académica. Esto se expresa concretamente en el tipo de unidad destinataria individual y grupal de las intervenciones, en la adopción de modelos más conservadores, una aceptación de los financiamientos gubernamentales, un tránsito desde la promoción hacia la asistencia y la presencia de fuertes tensiones entre el nivel conceptual y valórico de los profesionales con las prácticas concretas de intervención. A pesar de ello, se reporta que se mantienen dos elementos de la tradición progresista: la búsqueda de la participación de la comunidad y la valoración positiva de su autonomía y poder.
Por su parte, Saavedra (2005), desde una aproximación cualitativa, indaga las acciones y las disposiciones representacionales (habitus) en torno de las prácticas de PC presentes en los interventores/profesionales. Identifica que estos describen su rol como un dispositivo que favorece el ajuste del comportamiento de los sujetos al orden social establecido, como una herramienta de la institucionalidad pública o privada para ejercer un dominio sobre las condiciones de existencia de los sujetos destinatarios. El autor plantea tres desplazamientos que caracterizan la acción: a) la noción de transformación social queda atrapada por la demanda institucional y da paso a categorías de adaptación y control; b) la confianza en el diálogo reflexivo es reemplazada por la experticia técnica del profesional; y c) la relación dialéctica de teoría y práctica se pierde en un eclecticismo pluri-paradigmático.
Reyes (2007) analiza las publicaciones realizadas en el país entre los años 1993 y 2003. Los resultados de este estudio describen una producción académica que, a pesar de la alta valoración que asigna a la participación de la comunidad, se centra mayoritariamente en lo que la autora denomina “prescripción de acciones curativo-asistencialistas”. La mayor parte de las publicaciones que se producen en este período corresponden a trabajos que sustentan principios y valores de tipo asistencial-consultivo. Se identifica una tendencia progresiva de este tipo de trabajos que reportan intervenciones asistenciales, con una creciente propensión a la especificidad y focalización, tanto en temas como en poblaciones objeto de estudio: se pasa desde las necesidades y problemas psicosociales a dimensiones socioambientales (discriminación, maltrato, estigmatización, vulnerabilidad social y problemas ambientales).
Los hallazgos de este estudio dan cuenta de una acción predominantemente centrada en la carencia y el déficit y que deja de lado el desarrollo de una visión emancipadora y de cambio social. Solo se identificaron trabajos teóricos y teórico-prácticos que adscriben a procesos basados en el incremento de bienestar como medio para el cambio social.
Castillo y Winkler (2010) exploran las representaciones sociales sobre las prácticas profesionales en usuarias y usuarios de programas comunitarios en la Región Metropolitana. Los resultados dan cuenta de un quehacer profesional orientado a la promoción del bienestar individual de los usuarios y usuarias, a partir del cual el cambio promovido es reconocido como una modificación en patrones de comportamiento, más que en la búsqueda de una autodeterminación.
Para Castillo y Winkler (2010), el trabajo comunitario está centrado en una labor orientada a los individuos. Las estrategias que se usan son de acompañamiento y apoyo, con una permanente disposición personal y temporal. Las ideas de dependencia y autonomía apuntan fundamentalmente al fortalecimiento del vínculo generado con los usuarios para potenciar su desarrollo, y se pierde la comunidad como objeto para generar cambios.
Por otra parte, Winkler, Alvear, Olivares y Pasmanik (2009), como parte de un estudio orientado a conocer las cuestiones éticas de la práctica comunitaria en Chile, describen el quehacer comunitario como intervenciones definidas desde las políticas públicas, con el estado como principal financista de las acciones de intervención, a través de programas de corto plazo con objetivos desmesurados y de poco alcance. A los sujetos de la acción comunitaria se les identifica como pertenecientes a sectores excluidos, que son objeto de intervención por pertenecer a grupos vulnerables (niños, jóvenes, mujeres, adultos mayores) o por pertenecer a un colectivo en riesgo psicosocial. Con respecto a la intervención, la modalidad grupal en actividades tipo taller es la estrategia más utilizada por los profesionales; los principales efectos positivos reconocidos a la intervención son la desestigmatización y aceptación de colectivos marginados, mientras que los negativos se expresan en el asistencialismo y el desconocimiento de los recursos de la propia comunidad.
Por último, Berroeta, Hatibovic y Asún (2012) examinan el quehacer comunitario de todos los profesionales psicólogos que trabajan en ámbitos comunitarios (50) en la provincia de Valparaíso e indagan en el cuerpo académico nacional las características del quehacer disciplinario 3. Un primer hallazgo es que todos los psicólogos y psicólogas que participaron del estudio se encontraban adscritos a la ejecución de alguna política pública. No fue posible identificar intervenciones independientes que cumplieran con el criterio de contar con un profesional de la psicología. Los principales resultados descriptivos muestran un quehacer comunitario que reporta como principales funciones las de evaluador/a de problemas sociales (37.3%) y diseñador/a de proyectos (13.7%) y una acción centrada en el nivel individual, que deja en un segundo plano a la comunidad como objeto de práctica. Las estrategias utilizadas no incorporan activamente a las comunidades en las fases de diseño y evaluación de las acciones, relegan la participación a las etapas diagnósticas (48%) e incluso, son muy pocos/as quienes consideran prioritario involucrar a los participantes en las acciones evaluativas (6%).
Se reporta un índice de “Prácticas comunitarias” a partir de cinco dimensiones: Participación de los usuarios, Lugar, Foco, Modalidad y Nivel (individual, grupal o comunitario) de las intervenciones. Los resultados muestran que solo un 15% de los psicólogos y psicólogas tendrían un alto índice de prácticas comunitarias, es decir, que actúan preferentemente fuera de las instalaciones del centro, que privilegian un nivel de intervención comunitario o grupal, que su foco de intervención está en la promoción social y que consideran la participación de los usuarios en distintos momentos de la intervención.
La fase cualitativa de este estudio señala que el nivel de injerencia que ha alcanzado la política pública en el ejercicio de la labor profesional es de tal envergadura que existe una suerte de naturalización de ciertos mecanismos diseñados para la ejecución de las líneas programáticas de la política. De este modo, los profesionales describen sus funciones como elaborar, ejecutar y evaluar proyectos. Los objetivos de su accionar están dados explícitamente por la planificación de los proyectos en los cuales participan. Describen un sentimiento de desaliento en el marco de cumplimientos de corto plazo, aunque en muchos casos existen ciertos grados de autonomía para producir procesos de cambio.
Método
Tres ejes para cartografiar el quehacer de la PC
Considerando la amplitud de prácticas que se llevan a cabo en la disciplina y el contexto en que se producen (Martin et. al., 2004; Graham & Ismail, 2011), propongo una tentativa para cartografiar el quehacer socioprofesional de la disciplina, no con el objeto de someter a evaluación este quehacer desde una posición valórica del deber ser disciplinar, sino con la finalidad de aportar una mayor comprensión al modo en que estas prácticas se despliegan.
Utilizo el concepto de cartografía como recurso metafórico, adscribiendo al sentido general que proponen Guattari & Deleuze (2002). Para estos autores, cartografiar no es representar un mundo que ya está dado, sino generar nuevas interpretaciones, nuevos procesos, crear nuevas relaciones, componer nuevas formas, producir nuevos deseos, donde la acción de producción es en sí misma una acción transformadora. Por lo mismo, desde esta posición, el mapa es abierto, conectable en todas sus dimensiones, desmontable, alterable, susceptible de recibir constantemente modificaciones y puede ser reelaborado por cualquiera. Por tanto, la propuesta de mapa que aquí presento es una más de múltiples posibles.
No es mi interés relevar, como señala Prilleltensky (2003), límites inflexibles en torno de lo que es y lo que no es práctica justificable en PC, sino organizar la amplitud de acciones identificadas en el campo del quehacer profesional, desde un par de coordenadas mínimas -tomadas tanto desde el marco retórico de los principios y valores, como de las acciones concretas que se reportan en la disciplina- que ayuden a ajustar la imagen de las singularidades de esta práctica.
En la construcción de todo mapa, la primera acción del cartógrafo es situar las coordenadas Norte-Sur y Este-Oeste. Del mismo modo, propongo organizar el plano cartesiano de esta cartografía alrededor de dos ejes básicos, que en conjunto definen el sentido del quehacer disciplinario. El primero es, el nivel hacia donde se orienta la acción, delimitado por los extremos Individual y Comunitario, y, el segundo, el objetivo que se busca alcanzar con la acción, constituida por los polos Mejoramiento y Transformación. Respecto a estos dos ejes, históricamente, se ha ubicado a la comunidad como ámbito y sujeto del quehacer psicosocial comunitario y a la transformación social, como el objetivo último del quehacer. Sin embargo, tanto las acciones como las estrategias que se realizan en el seno de la disciplina, dan cuenta de un proceso que parte en lo individual y en el mejoramiento. Propongo un tercer eje, de tipo rotatorio, que se ubica por fuera del plano cartesiano y que incorpora en el mapa las condicionantes que instalan las instituciones externas a la práctica del quehacer disciplinar, este eje se organiza en torno a los polos Autonomía y Dependencia.
Partiremos por una operación lógica elemental: describir los componentes y los cuadrantes básicos que se producen al desplegar los ejes del plano geométrico.
Eje Individuo/Comunidad
Desde sus orígenes, la PC se ha ocupado “de las relaciones entre lo individual, la comunidad y la sociedad, buscando entender y mejorar la calidad de vida en estos tres niveles” (Dalton, Elias & Wandersman, 2001, p. 5).
Sin embargo, podemos reconocer que existen dos grandes tradiciones al respecto. Por una parte, desarrollos conceptuales como el Empoderamiento (Rappaport, 1981; Zimerman, 2000) y el Sentido de Comunidad (McMillan & Chavis, 1986), que se enfocan en el nivel individual y grupal para desplegar explicaciones y estrategias que permitan a los individuos alcanzar el control de sus propios asuntos, teniendo en consideración que abordan lo individual no del modo en que lo haría una aproximación clínica (Rappaport, 1977), sino desde una posición donde la acción sobre lo individual es intencionada hacia procesos colectivos. Por otra parte, se identifica una tradición centrada en la participación y concienciación de la comunidad, que se define a sí misma y alcanza un estatus de sujeto activo de las acciones que en ella se llevan a cabo, un actor social, constructor de su propia realidad (Montero, 2004).
Sin embargo, a pesar de este énfasis teórico en lo colectivo y en la comunidad, existe un marcado predominio de la acción socioprofesional sobre lo individual (Rappaport, 2005).
Por tanto, este primer eje horizontal de nuestro trazado de coordenadas despliega la tensión sobre el foco del quehacer que puede, sin duda, situarse entre estos dos polos (individual-comunitario). Creemos que una lectura extendida del campo (Prilleltensky, 2003) toleraría ciertamente anidarlo en su totalidad, de extremo a extremo. Esto último tiene directa relación con el segundo eje.
Eje Mejoramiento/Transformación
A la capacidad de la PC para producir cambios en las condiciones de vida de las comunidades, tradicionalmente se le ha llamado cambio social. El término alude tanto a la noción de mejoramiento como a la de transformación. Sin embargo, recientemente, el término transformación social (Prilleltensky, 2001; Watts & Serrano-García, 2003; Montero, 2004; 2010a) se ha utilizado con más claridad para expresar la finalidad, consecuencia y orientación valórica que busca la acción comunitaria.
La transformación social llega cuando alcanzamos una comprensión política y psicológica integrada del poder, el bienestar y la justicia (Prilleltensky, 2004, 2008). Se trata de cambios definidos desde la situación de la propia comunidad y la incorporación de aspectos externos que se hacen desde las aspiraciones, deseos y necesidades de ella (Montero, 2004). En cambio, el mejoramiento se refiere a acciones específicas, centradas en problemáticas puntuales y que buscan incrementar el bienestar de quienes son afectados por estas situaciones, sin modificar las condiciones de injusticia que las producen. Como señala Montero (2010b), las acciones centradas en mejorar la calidad de vida de las comunidades hacen referencia a formas paliativas, mientras que transformar la calidad de vida de las comunidades involucra acciones más profundas. La transformación es un proceso que implica alteraciones en varios y distintos niveles, de lo individual a lo social y requiere necesariamente de la participación sustantiva de los actores involucrados en la acción, no así el mejoramiento, que en su expresión más asistencial demanda solo una participación pasiva.
Sin embargo, en la práctica, estas diferencias aparecen borrosas y, nuevamente, vemos una distancia entre la retórica teórica y el quehacer. Tal como se reporta en distintas revisiones sobre la acción de la PC (Martin et. al., 2004; Graham & Ismail, 2011), son pocas las acciones que se centran en la transformación y muchas, las que lo hacen en el mejoramiento.
Pero no se trata de todo o nada. Coincidimos con Prilleltensky y Nelson (2002) en que las acciones en PC van dirigidas a cambiar las condiciones de vida de las comunidades, a lo largo de un continuo que va del mejoramiento a la transformación, de lo que se trata es de redireccionar las primeras en busca de las segundas. Por tanto, consideramos que la acción puede desplegarse a lo largo del continuo a modo de estrategia, en función de las necesidades definidas por las propias comunidades, como parte de un proceso progresivo de acción más compleja.
Por tanto, este eje Mejoramiento/Transformación registra la dimensión política del uso de las acciones, y vendrá a ser el que da cuenta de las tensiones específicas del campo que, en contextos sociales e históricos concretos, inducen a formaciones objetivas distintas. En consecuencia, caracterizaremos este segundo eje vertical, como el eje del sentido, de la fuerza. En el extremo de la transformación situaremos su forma ideal, siempre inacabada en su logro último; en el polo del mejoramiento vendremos a situar, en cambio, las definiciones más concretas de las acciones paliativas. El cruce de ambos ejes se esquematiza en la Figura 1:
El corte de estos dos ejes establece, en cuatro parcelas diferenciadas, la topología que en nuestra opinión va a definir el “territorio” (disperso y diversificado) de la acción en PC. Así, presentado de una manera esquemática, este mapa se debe observar dividido en cuatro cuadrantes los que, a su vez, están conformados por los polos: Transformación/Comunidad; Transformación/Individuo; Mejoramiento/Comunidad y Mejoramiento/Individuo.
Transformación/Comunidad
En este cuadrante se ubican las acciones que toman como sujeto de la acción a la comunidad y que se dirigen al logro de la trasformación social. Se trata de prácticas de carácter participativo, definidas por las propias comunidades en un marco dialógico entre profesional y comunidad. En estas se busca aumentar el compromiso de todos los agentes internos para catalizar cambios materiales, económicos y de relaciones sociales, así como de conciencia y desnaturalización.
Transformación/Individuo
En este cuadrante se sitúan las acciones que orientan su labor sobre el individuo y que se dirigen a la transformación social. Se trata de experiencias enfocadas desde modelos y estrategias prioritariamente dirigidas al nivel individual. Estas son acciones de fortalecimiento individual que buscan desarrollar procesos de cambio colectivo, acciones que apuestan por los espacios de socialización para tensionar los marcos ideológicos que sustentan las condiciones de vida de los distintos participantes. Desde este punto de vista se fomenta el control individual de las condiciones de vida, a través de la concienciación y desnaturalización. Algunas tácticas de este cuadrante son las experiencias de psicoeducación, intervenciones narrativas, formación de líderes y construcción de historias de vida.
Mejoramiento/Comunidad
En este cuadrante se ubican las acciones que se ejecutan sobre la comunidad con el objeto de mejorar la calidad de vida de sus integrantes. Estas son acciones centradas habitualmente en problemas específicos de salud mental o salud en general, que consideran a la comunidad como un colectivo vulnerable o deficitario capaz de desarrollar estrategias que le permiten prevenir situaciones de riesgo, promover acciones incompatibles con la manifestación de los problemas, aumentar las capacidades colectivas de afrontamiento y mejorar su acceso a servicios y bienes socioculturales.
Mejoramiento/Individual
Acciones realizadas desde enfoques individuales que actúan sobre el individuo y buscan mejorar su calidad de vida. Se trata de acciones que se llevan a cabo desde una lectura psicosocial de los problemas sociales, que actúan sobre mediadores situados en aspectos del entorno o sobre las capacidades del individuo, y que intentan corregir los déficits ambientales y personales que entorpecen el ajuste personal a las demandas del medio social. Presupone la necesidad de potenciar la acción racional y el uso de la libertad del individuo en el marco de necesidades objetivables que deben ser satisfechas desde la normativa objetiva de un proyecto societal.
Eje Autonomía/ Dependencia
Por último, lo que presentaremos gráficamente como un eje rotatorio (Figura 2), que circunscribe el campo organizado por los ejes Mejoramiento/Transformación e Individuo/Comunidad, es la consideración del contexto y sus condicionantes socioinstitucionales en que se produce la acción. Este eje estará definido por los grados de libertad que el equipo profesional tiene para llevar a cabo la acción y se expresará dicotómicamente en los polos Autonomía/Dependencia, según deba o no organizarse la acción a partir de condicionantes más o menos rígidas por parte de los Organismos (no) Gubernamentales que financian la experiencia.
Una vez estructurada teóricamente la propuesta cartográfica, se procedió a categorizar los resultados de las investigaciones presentadas en el apartado Antecedentes, según las propiedades y dimensiones asociadas a cada uno de los ejes y sus cuadrantes correspondientes.
Resultados
Las singularidades del quehacer socioprofesional de la psicología comunitaria en Chile
A continuación se muestra cómo encuentran su ubicación en nuestra propuesta cartográfica los antecedentes acerca del quehacer socioprofesional que reportan las investigaciones en Chile. Hemos seleccionado estos estudios por estar publicados en revistas o en capítulos de libros de amplia circulación nacional.
Organizaremos sintéticamente la información de los distintos estudios, en función de su correspondencia con los ejes propuestos, siguiendo un procedimiento clásico de categorización de contenidos.
Eje Individuo/Comunidad
En conjunto, estas investigaciones describen la práctica comunitaria como una actividad dirigida a los sectores sociales excluidos y vulnerables de la sociedad; y que, si bien se realiza mayoritariamente en las dependencias de los centros institucionales, se caracteriza por una marcada presencia de los profesionales en los espacios cotidianos de la comunidad. Las acciones se centran en desarrollar procesos individuales de integración social, a partir de estrategias de acción orientadas fundamentalmente al trabajo con personas, grupos y, minoritariamente, con la comunidad.
Un elemento que caracteriza la acción y que da cuenta de la primacía de la orientación individual del quehacer es el reconocimiento, por parte de los usuarios, del tipo de vínculo que establece el profesional con el usuario. Este hecho distingue a este/a profesional de otros: un estilo cercano, empático y de un reconocido compromiso personal.
Eje Transformación/Mejoramiento
En cuanto al concepto de transformación social, tanto en el campo aplicado como en el académico, está más influido por las necesidades y definiciones de la institucionalidad gubernamental que por las necesidades de las comunidades y sus actores. La finalidad más explícita de la práctica es el logro del bienestar individual en pos de una integración social. El cambio promovido es presentado más como una modificación en patrones de comportamiento que como la búsqueda de una autodeterminación.
La participación de los actores se encuentra organizada en un ejercicio individual que se despliega, básicamente, durante el proceso de implementación de las experiencias y en escasos momentos de autonomía. Si bien se reconoce que se trata de una participación de baja intensidad, se le asigna un valor importante como espacio para promover procesos de socialización desnaturalizantes que proyecten el control individual al contexto social.
No obstante, todas las investigaciones reportan una tensión latente entre los enfoques conceptuales, la producción de técnicas, los marcos valorativos y las prácticas de intervención. Esta situación advierte la permanencia de un relato valórico coherente con los principios ideológicos de la transformación, pero que no se materializa con claridad en la acción socioprofesional.
Eje Dependencia/Autonomía
La dependencia de un financiamiento estatal ajustado a políticas asistenciales es el principal contexto de institucionalidad en que se desarrolla el quehacer comunitario. Esta condición es determinante en la definición de los contenidos, el tipo de usuarios, las estrategias priorizadas, los modelos de gestión, los criterios e indicadores de evaluación y los tiempos de permanencia en los territorios. Sin embargo, a pesar de esta clara orientación institucional, la acción profesional tiene un pequeño margen de autonomía en el nivel de la vinculación directa que establece con los usuarios, tanto en la elección de las metodologías implementadas (a nivel de actividades específicas), como en el tipo de relación que se forma con los participantes (relación de experto v/s dialógica).
En suma, la acción socioprofesional que se reporta en estas investigaciones se ubica, fundamentalmente, en el cuadrante Mejoramiento/Individuo y, en un menor grado, en el cuadrante Mejoramiento/Comunidad, con una marcada dependencia de las políticas de los organismos gubernamentales. Sin embargo, se reporta un quehacer muy minoritario que se situaría en el cuadrante Transformación/Individuo y que corresponde a ciertas acciones que se dan en el marco de lo que Certeau (2007) denomina “tácticas”, iniciativas que aprovechan la autonomía relacional para producir espacios de socialización directa entre los profesionales y las personas, con el objeto de desplegar procesos que buscan fomentar oportunidades para la concienciación.
Las singularidades del quehacer socioprofesional de la PC en Chile se grafican en la Figura 3:
Discusiones
Los resultados del ejercicio cartográfico dan cuenta de una serie de efectos complejos de la vinculación entre los sectores profesionales y la esfera gubernamental en la PC chilena. Sin embargo, el quehacer socioprofesional, la acción que se realiza en Chile, no dista de la situación general de la disciplina que se reporta en otras latitudes (Martin et. al., 2004; Reich, Riener, Prilleltensky & Montero, 2007; Perkins, 2009; Graham & Ismail, 2011): muchas acciones centradas en el mejoramiento y muy pocas en la transformación. En ese sentido, somos parte de la cuestionada primacía dentro de la disciplina de acciones centradas en la prevención de problemas, que dejan intactas las condiciones estructurales que los generan, acciones que resultan ser más paliativas que transformadoras (Prilleltensky & Nelson, 2002).
A pesar de ello, es posible identificar un conjunto menor de acciones que operan en el nivel individual y que se orientan, aparentemente, en la dirección de la transformación. Se trata de iniciativas difusas, desplegadas por los profesionales en momentos específicos de la acción que buscan distanciarse de las pautas generales de la planificación, para construir lo que Burton y Kagan (2003a) llaman “Espacios de Desafío o Prefigurativos”, en los que se desarrollan procesos de tendencia creativa, exploratoria y radical, opuestos a procesos de recuperación de tendencias retrógradas, tradicionalistas y conservadores del pensamiento alienante. En otras palabras, en estas acciones, los profesionales intentan generar diálogos emancipatorios y concientizadores que promuevan procesos de transformación en el dominio personal, basados en la participación y el respeto por el otro. Es necesario explorar estas iniciativas para distinguir su incidencia sobre los dominios relacional y colectivo y conocer el modo en que incorpora la lectura del poder e incrementa la acción política, proceso denominado “Validez Psicopolítica” (Prilleltensky, 2008).
De un modo similar al anterior, en el eje Individuo/Comunidad, la acción está centrada casi de manera exclusiva en el nivel individual. Priman las acciones orientadas por modelos y métodos, que dan más cuenta de los efectos del ajuste social del comportamiento individual que de otras dimensiones (Weinstein, 2006). Al respecto, hay una larga discusión en el campo disciplinario sobre la pertinencia de intervenir en uno u otro nivel (Montero, 2004, 2006; Rappaport, 2005) y varias constataciones que sitúan la acción preferentemente en lo individual (Martin, et. al., 2004; Graham & Ismail, 2011). Como ya señalamos, la propuesta de Prilleltensky (2003, 2008) de intervenir en todas las dimensiones (personal, relacional y colectivo), disuelve la tensión y reconoce que requerimos generar comportamientos que respondan a una proyección activa del individuo en su medio social (Montero, 2004) y que, para el empoderamiento de las comunidades, es necesario el fortalecimiento del desarrollo humano, tanto individual como colectivo (Dokecki, 1996).
En consecuencia, el sentido de la discusión sobre el nivel de la acción está necesariamente supeditado al tipo de orientación que ésta tiene, es decir, si se trata de acciones individuales paliativas o transformadoras. Como ya describimos, la práctica mayoritaria del quehacer profesional que aquí se reporta se ubica en el cuadrante individuo/mejoramiento.
Hasta aquí hemos discutido sobre los ejes propuestos para describir la acción; ahora, corresponde analizar el contexto socioinstitucional específico en que se produce esta acción, en lo que denominé eje rotativo Autonomía/Dependencia, y este es, a mi juicio, el eje que define la singularidad de la acción que se expresa en los otros dos ejes del esquema propuesto.
El concepto de límites críticos (Burton & Kagan, comunicación personal, 2003b) me parece fundamental para analizar la relación entre la estructura gubernamental y la acción de la PC. Se debe tomar como antecedente que son varios los autores que han planteado las dificultades en esta vinculación, señalando que las lógicas burocráticas generalmente no coinciden con las necesidades de la comunidad (Sarason, 1972, 1984; Watts & Serrano-García, 2003; Montero, 2010a).
Como nos advierten Burton y Kagan (comunicación personal, 2003b), los límites son fundamentales para definir el contexto de la intervención, los problemas que se abordan, quienes participan y el tipo de cambio social que se busca, ya sea concebido en términos de mejora o transformación o si su propósito manifiesto es la gestión social o la justicia social.
Por ende, cuando la acción profesional se da en el marco de una dependencia gubernamental, toda esta definición de límites se ve condicionada por los intereses de la institucionalidad que, como ya apuntamos, responden a la presión que ejercen sobre la estructura social distintos actores colectivos con diversos tipos de capitales e intereses. Este es un conflicto importante para el estado moderno: velar por los intereses de la acumulación de capital (a través de privatización, mercantilización y la apertura de la provisión pública al capital privado) y/o por las necesidades sociales de la población, especialmente en aquellos con mayor riesgo de pobreza, impotencia y exclusión (Burton & Kagan, comunicación personal, 2003b).
Lamentablemente, en países como Chile, donde las políticas tienen muy poco de socialdemócratas y mucho de neoliberales, el afrontamiento de este conflicto consiste, básicamente, en la conversión de los problemas sociales en problemas individuales (Crespo, 2004). En consecuencia, el modo en que la política pública ha incorporado lo psicosocial -y, por consiguiente, definido los límites de la intervención social en Chile- es desde los enfoques individuales que buscan transformar aspectos disposicionales para ajustar el comportamiento individual al sistema social, sin una participación sustantiva de los actores involucrados en el proceso y en el marco de un rígido control tecnocrático de los recursos. Es claro que los límites que impone la dependencia gubernamental no facilitan que las acciones pasen del polo del mejoramiento al de transformación.
Sin embargo, en este contexto socioinstitucional, algunas experiencias logran articular límites que abren espacios de desafío y otras no. Desde un punto de vista crítico, podemos explicar este fenómeno a partir de la relación entre agencia y estructura. La reproducción de los programas institucionales se juega en el modo en que los agentes individuales despliegan sus habilidades para interpretar y aplicar estos programas, pues depende de cómo éstos agentes interpretan las condiciones institucionales y sus “intenciones”, en definiciones de situación que les permiten o no, desplegar su autonomía relativa (Harvey, 2002). Por tanto, cuando hay una falta de comprensión de cómo los parámetros de los contextos locales son determinados por los factores de delimitación política, el profesional de la comunidad participa inadvertidamente de estos procesos que sirven al sistema y no a los fines transformadores En cambio, cuando el profesional es capaz de leer estos procesos, es posible que identifique contextos de autonomía relativa que permitan, mediante el desarrollo de tácticas (Certeau, 2007) específicas, sacar partido a la estrategia institucional para desplegar acciones en el ámbito de la Transformación.
Habrá que explorar con acuciosidad la definición de los límites en el interjuego autonomía/dependencia en que se desarrolla la acción en PC, y someter sus efectos a criterios de validez psicopolítica. Sin embargo, para ello es necesario ampliar el espectro de experiencias y desagregar los tipos de contexto institucional, de modo que se incorporen prácticas no institucionalizadas, a la vez que se distingan diferentes tipos de institucionalidad (ONG, consultoras, municipios, etc.).
En suma, si bien las coordenadas cartográficas que propongo despliegan un campo intencionadamente expandido, que toma en consideración tanto lo que se reporta a nivel internacional respecto al tipo de acción que es preferente en el quehacer disciplinar, así como los principios y valores del repertorio teórico y ético de la disciplina, los resultados muestran que la acción identificada en las investigaciones no logra ocupar el campo en su totalidad, se deja gran parte del cuadrante cercano a la Transformación sin ocupar.
Por esto, es necesario ampliar las investigaciones e interrogar al quehacer socioprofesional desde estas coordenadas, para poder conocer las características en que se desarrollan las acciones que no están representadas y que se encuentran en el polo transformación/comunidad.
Reflexión final
En una reflexión más abierta y de proyección, quisiera referirme a dos ideas que expresan bien el dilema de las alternativas de salida a la tensión que genera el marco de dependencia gubernamental.
La primera idea se refiere a que uno de los escenarios más importantes para generar cambio es la elaboración de políticas. Si no estamos allí para hablar con el poder, ¿quién lo hará? (Partridge, 2008).
La segunda idea se relaciona con las relaciones de poder, las que son relaciones sociales y, por tanto, no simples. Pensar que el poder se concentra en un solo lugar o en un solo grupo es condenarse a la impotencia, a la pasividad y al silencio, tres condiciones impuestas a la esclavitud. Por lo tanto, para construir ciudadanía es necesario saber que cada ciudadano tiene poder y que la ciudadanía es poderosa cuando tiene conciencia de su poder, estatuido y superior al de cualquiera de sus representantes: quienes electos para formar parte de un gobierno a su servicio (Montero, 2010b).
La confluencia de estas dos ideas nos sugiere que es necesario dialogar con las políticas sociales; influir en los discursos, las estrategias y los criterios con que se definen los problemas sociales; usar el espacio de socialización y autonomía relativa para propiciar diálogos críticos con los distintos actores y desarrollar procesos de fortalecimiento en distintos niveles y, de esta manera, hacer posible el fomento del control ciudadano sobre los órganos de decisión. Sin duda, es preciso aportar a la construcción de políticas que vean como “necesario incorporar nuevos actores a la acción y a la reflexión, oír las voces de aquellos que viven los problemas y a quienes se destinan los programas sociales, o que son excluidos de ellos” (Montero, 2004, p.161).
Para ello, es fundamental abrir canales de comunicación y regulación que posibiliten la construcción participativa de la lógica programática. Es necesario jugar un rol de articulación entre los ciudadanos y el estado, en el que la concientización ya no sea una tarea a desarrollar solo con los habitantes de una comunidad, sino también con los profesionales y políticos miembros de la estructura programática. Resulta fundamental que tanto técnicos como usuarios valoren la participación de los actores ciudadanos en la definición y toma de decisiones de las políticas sociales que les afectan. Una condición ideal a alcanzar es la creación de consorcios público-ciudadanos que decidan en conjunto las demandas y estrategias pertinentes para la co-solución de los problemas locales.
Sin embargo, soy poco optimista, pues todo esto implica que la política social reconozca como necesario generar instancias democráticas que permitan a las entidades locales participar y a la acción comunitaria usar y crear metodologías socioeducativas que fortalezcan las capacidades de las comunidades para que esta participación sea real. A mi entender, los límites que pone la política gubernamental actual distan mucho de permitir el desarrollo de estos espacios.
Por tanto, tengo una gran incertidumbre sobre las verdaderas posibilidades que tiene la PC, y en particular en Chile, para incidir en el desarrollo de políticas sociales que equilibren el bienestar y el poder sobre la base de la participación, el reconocimiento de la actoría social y la conformación de ciudadanía.
Notas
- Tomamos la idea de campo expandido del texto de Rosalind Krauss (1979). La escultura en su campo expandido. En H. Foster (Ed.), La posmodernidad (pp. 59-74). Barcelona: Kairós. ↩
- Coalición de partidos políticos que gobernó el país desde el 1990 hasta fines de 2009 ↩
- Las entrevistas realizadas al cuerpo académico fueron publicadas íntegramente en el libro Alfaro, J. & Berroeta, H. (2007). Trayectoria de la Psicología Comunitaria en Chile: prácticas y conceptos. Valparaíso: Universidad de Valparaíso ↩